el Viento y el Dragón


El dragón se elevó imponente sobre las nubes. Se detuvo un instante y lanzó un gruñido que estremeció las montañas kilómetros a sus pies. Ese alarido atrajo a la Dama del Viento: “¿por qué gritas de esa manera?”, le preguntó, a lo cual el Dragón blanco respondió: “Porque soy el Dragón más poderoso, dueño de los cielos... Y nadie puede impedirme que haga lo que se me plazca”. Y así nuevamente lanzó por sus fauces un fuerte sonido desafiando a la bella Dama. Ella, entre la lástima y la compasión que le inspiraba aquella criatura, tomó una decisión, le dijo: “Lamento hacerte esto, pero he de darte una lección” y detuvo la brisa que sostenía al inmenso Dragón, que cayó velozmente a la tierra, batiendo sus alas furiosamente sin que éstas le sirvieran de nada... El viento le había dado la espalda.

el Viento y el Dragón

22.12.08

Capitulo V (Parte 3)

La noche cayó sobre el castillo y encontró a los dos guerreros caminando por el jardín. Luna y Nojami se habían quedado en la sala, esperando noticias de Cielo. Artemis había partido a Dione. Esteban e Ismael decidieron entonces tomar algo de aire y conversar sobre los próximos movimientos que harían si el enemigo avanzaba.

El continuo espacio-tiempo seguía su rumbo. La vida de todos aquellos seres implicaban sólo un capítulo en la historia de la eternidad. Mucho más no se puede decir acerca de los acontecimientos de esos días. Jakiru continuaba su desarrollo, junto a su madre. Ambas aprendiendo cada parte de la otra, grabando en sus mentes esos detalles que las unirían para siempre. Mientras, todos en el castillo aguardaban la llegada de la Dama. Pero los días pasaban y el regreso de Cielo creaba más intrigas. No había noticias reales sobre qué era lo que le había pasado a la Dama. A las dos semanas de retraso, Artemis comenzó a inquietarse:
-Luna, no puede ser. Cielo ya debería estar aquí. -El gran felino blanco caminaba de un lado al otro, nervioso.- Según me dijo Yhemani, Cielo se puso en marcha hace ya dos semanas. Bien sabemos que hay varios caminos de regreso, y nuestra amada Dama conoce todos ellos... Muchos de los cuales le permitirían llegar aquí en tan sólo un día.
-Pero Artemis, evidentemente Cielo ha tomado una decisión diferente.- Luna también estaba preocupada; sin embargo, todos sus años pasados al lado de la Dama le habían enseñado que sus decisiones eran misteriosas, y muchas veces incomprensibles por el resto... Pero Cielo siempre sabía lo que hacía. -Si Cielo ha tomado otro camino, debe tener sus motivos. No nos apresuremos en hacer conclusiones...
-¡Pero Luna! -Artemis se dio vuelta y enfrentó la mirada firme de Luna- ¿Qué conclusiones apresuradas? Cielo ya debe saber -se detuvo y bajando su tono de voz- que aquí hay algo que la espera...- El Felino blanco estaba realmente preocupado. El tiempo se hacía eterno.

23.11.08

El Templo del Tiempo

El desierto intimidaba con su extensión. Las nubes solitarias que acertaban a pasar por el cielo, rápidamente eran muertas por el calor, como si pequeños e invisibles soldados de fuego les dispararan desde las dunas de arena. Hasta donde llegara la vista, el mismo monótono y degradiente rojo dominaba el paisaje. Montañas de arena daban la impresión de cautiverio. Durante el día, la vida era un fantasma aterrador que no acertaba a ubicar en ninguna parte. El silencio del desierto era música entre tanta desolación. Plantas, animales y hasta el agua se habían congregado en los recovecos ocultos bajo las dunas para escapar del intenso calor. Arena. Sólo arena ocupaba el espacio, ejerciendo una monarquía sobre el territorio.
Algo me había llevado a ese sitio solitario y abrumador con sus cantos ocultos. Mis pies se endurecían para preservar la carne del calor. Sólo un trozo de tela protegía mi cabeza de los rayos directos del Sol. Caminante solitaria, me adentré al Im-Nara la primera Luna de Agosto. Una misión de búsqueda me exigía que llegase al centro mismo del desierto en 7 días.
Era mi cuarto día cuando comencé a darme cuenta de que la aventura no sería sencilla. Desde mi primera mañana allí, no había encontrado mayor resistencia a mi presencia que el calor sofocante durante el día, y el frío anhelado de la noche. Sin embargo, a medida que me dirigía hacia corazón de la arena, los misterios del Im-Nara comenzaron a inquietarse. Sombras, canciones hipnóticas, espejismos pusieron en peligro la continuación de mi misión, pero no podía cometer errores y seguí adelante, arrastrándome, si era necesario, con tal de seguir caminando. Así fue que la noche del sexto día ya me encontraba muy cerca de mi destino. Lo presentía en el sabor del viento, mi fiel compañera que lucho contra el poder del desierto para guiarme hacia mi lugar.
El día séptimo me despertó con sus rayos directo sobre mis ojos, cegándome al momento que osé abrirlos. Al recuperar mi visión, me hallé frente a un feroz demonio de fuego, intento desesperado porque no lograra alcanzar el centro del desierto. Luché con él, como tantos años me había entrenado para ello, y finalmente, luego de intensos momentos de batalla, logré vencerlo.
Continué mi camino sabiendo que los obstáculos sería determinantes ese día. Caminé y caminé, hasta que el medio día me obligó a detenerme y ocultarme durante una hora a que el Sol me permitiera seguir. Tomé el último agua que me quedaba, y proseguí. La tarde avanzó lentamente, y mi memoria iba abandonándome a cada paso. Serían las 5 de la tarde cuando mi vista por fin logró vislumbrar mi destino a la lejanía. Allí estaba: El templo del tiempo.
Mi corazón se contrajo abarrotado de diversas emociones, entre las que se encontraban la alegría y el miedo. Apresuré mi paso, debía de estar en el templo para cuando llegara la noche. Contar las alucinaciones, y peligros que me azotaron durante ese corto trayecto sería tiempo perdido, a todas las vencí y finalmente, cayendo el atardecer, me encontré parada frente a las escaleras del templo de Alef-Kat.
Mis rodillas tocaron la piedra caliente en señal de rendición ante el imponente Templo del Tiempo. Mi mente apenas recordaba qué me había llevado allí, y salvo pocos recuerdos de mi infancia, el resto de mi memoria se había perdido en la arena que me encerraba. Subí corriendo las escaleras, y abriendo las puertas con furia, me adentré en el Templo.
Mis ojos no esperaban ver aquella imagen. Sólo una cámara ocupaba toda la extensión, un altar en el medio que era iluminado por antorchas de fuego negro. El temor me paralizó unos minutos, pero el viento, a través de la puerta abierta, me empujó gradas abajo, hasta el altar. Mis ojos quedaron deslumbrados por el tesoro del Templo: un reloj de arena que lentamente terminaba de decantar su parte superior. Era el momento, todo recuerdo de quién era, y de dónde venía se había borrado de mi cabeza; sólo guardado por mi corazón, quedaba el recuerdo de qué había ido a hacer allí. Pocos granos de arena quedaban por caer. La noche ya había caído sobre nosotros, y por la cúpula de vidrio lograba ver la Luna, aunque no la recordaba, y las 9 estrellas mayores formando un eneágono, con el satélite en su centro, alumbrando la enorme sala.
Mi mirada estaba absorta en el Reloj de Arena, y en la caída del fino hilo de arena. Quedaban a penas unos minutos para que fuera la media noche y para que el último grano de arena cayera, entonces, yo debía cumplir el motivo que me había llevado a enfrentar los peligros de Im-Nara: Tenía que obtener el tesoro del reloj.
Los segundos pasaban lentamente, y la tensión se apoderaba de mi cuerpo: 1 minuto.
El viento comenzó a inquietarse, y azotaba los tapices que adornaban el Templo, hasta que de un golpe, la enorme puerta de metal, se cerró. Sabía que aquel viento era producto del Desierto. Quería distraerme, pero no podía dejar de actuar, mi vida valía menos que la misión. Entonces, cuando la Luna estuvo en el centro mismo de las estrellas, sucedió: El último grano cayó sobre la montaña de arena y el fuego negro se extinguió. Sin embargo, una luz emergía del mismo reloj, y el desierto entero se congregó allí dentro. El mundo entero contenido en sólo un Reloj. Pronuncié el conjuro y un rayo de luz lunar atravesó la cúpula, penetrando dentro de la reliquia y absorbiendo de su interior una hermosa piedra naranja. Eso era lo que venía a buscar, la piedra del Tiempo. En ese instante, la puerta del Templo volvió a abrirse, dando paso al espíritu del Im-Nara que venia a detenerme, pero cuando llegó al centro de la estancia ya era tarde, había huido y el reloj nuevamente corría contando el Tiempo.

8.9.08

Capitulo V (Parte 2)

Los tres ocupantes de la sala miraron por los ventanales. Las estrellas se oscurecían a medida que la Luna le daba la espalda a Sol, en un atardecer perpetuo. En sus mentes cientos de pensamientos se agolpaban, queriendo tomar parte fundamental del sentido que podían darle a esa guerra. Luna, Ismael y Esteban temían por lo que pudiese pasar si los enemigos tomaban en posesión los Libros. Así permanecieron, mirando hacia afuera, buscando una explicación que aún no existía.

Nojami acurrucó a Jakiru en su camastro. La pequeña miraba con sus ojos negros a su madre. Parecía querer observar cada parte de ella, como si intuyera que en algún momento las separarían. Nojami no pudo más que sonreír con amor. Su pequeña, su hija, guardaba un gran futuro en su vida, y poco podría hacer para ayudarla. Sin embargo, Nojami se resistía a pensar que tendría que dejarla tan niña, deseaba poder reservar para ella unos años más, aunque sabía que aquello no era más que una ilusión. Es difícil cambiar el destino, cuando no imposible. Los ojos de la hechicera siguieron la mirada de su hija que ahora observaba la ventana. El atardecer era algo lento y de ensueño en aquel castillo. Todo en sí parecía un sueño. El paisaje, el presente y el futuro que les esperaba. Todo era parte de una gran obra con autor siniestro. Cielo se encontraba lejos, decidiendo que hacer de ahora en más; en algún lugar del universo, un grupo de demonios y seres malignos planeaban como destruir todo lo que se encuentre en su paso. Y al fin y al cabo, la salvación estaba en manos de una pequeña niña que aún no caminaba. Los plazos del universo eran misteriosos. Los rumores del nacimiento habían traspasado las fronteras, ya el enemigo sabía que un ser había nacido para luchar contra ellos... No quedaban grandes secretos. Pero, lo que más asustaba a la hechicera, lo que realmente la espantaba era que Jakiru apenas era una chiquilla, tardaría años en entrenar, en aprender a manejar su poder... ¿Entonces por qué tanta importancia? Es decir, la guerra era ahora y nadie esperaría a que la pequeña creciera para continuar. Era absurdo. Nojami sabía que eso sólo implicaba una cosa: "Lo peor aún no ha sucedido. Esta guerra sangrienta, esas muertes de seres valientes son a penas una entrada a algo más cruel, largo y sanguinario". Y lo más torturante era que faltaba tiempo, que tardaría en llegar al ojo de la tormenta. Tanto como los años que le faltaban a Jakiru para ser una Kahina lista para comenzar a luchar. Y Cielo lo sabía, lo supo desde el tiempo en que fue en busca de la hechicera. Las Damas tenían plena consciencia de que una guerra más fría sucedería en algunos años, y poco y nada podían hacer para detenerla. Lo de momento no era más que puro calentamiento antes de la próxima partida, quizás la final.

25.7.08

Capitulo V (Parte 1)

Nojami miraba el horizonte, mientras sostenía a su pequeña hija en brazos. Su marido aún no había vuelto del campamento, y los dos felinos se encontraban en el patio. Ella sola en la habitación, meditaba. Jakiru dormía plácidamente. Era una escena que no guardaba ningún significado particular si se la aislaba del contexto. Sin embargo, el rostro de la hechicera mostraba preocupación: por su hija, por Ismael, por Esteban, por el destino de todos. Cuando muchos años atrás tomó la decisión de seguir la orden de la Luna, no imaginó que pudiera encontrarse envuelta en una guerra sin precedentes. Muchos mundos peligraban, incluso seres que no tenían consciencia de la existencia de otros mundos además del propio. Todo era inestabilidad, y mucho les costaba luchar por el equilibrio. Tampoco imaginó que sería la progenitora de una guerrera, de que su primer hijo sería destinado a luchar por el futuro del universo. Su preocupación aumentaba al pensar que ya pronto su hija cumpliría los dos años. El tiempo corría, Jakiru debería comenzar, al cuarto año de vida, su entrenamiento. Un ruido la hizo volverse. En la puerta Annie aguardaba el permiso para entrar a la habitación. Nojami le dedicó una sonrisa y le preguntó que necesitaba.
-Mi señora, disculpe que la moleste, pero alguien la espera en la sala. Si quisiera bajar, yo podría cuidar a la niña.- El rostro de la pequeña doncella estaba ruborizado, pero Nomi no dio importancia a este pequeño detalle, le colocó con delicadeza a la pequeña bebé en los brazos de Anabell, y bajó.
En la sala, dando la espalda a la puerta, un hombre con una capa miraba por los ventanales. Nojami casi pegó un grito de alegría a reconocer a Esteban, que le sonrió con ternura desde el otro lado de la sala. Nojami corrió hacia él y le abrazó. Estaba esperando aquel regreso con ansias, y deseaba preguntarle a Esteban qué le había mantenido tanto tiempo lejos del castillo. -Ya satisfaré tus dudas, querida amiga, pero primero he de hablar con Cielo, debo darle un recado urgente: Alexander ha muerto.- La cara del guerrero mostraba cansancio y dolor al repetir esas palabras, sin embargo, la hechicera le miró con firmeza.
-Cielo no se encuentra aquí ahora, tu noticia ha llegado antes que ti. Destino envió un mensajero indicando que las Damas y Señores debían reunirse de inmediato. Como te imaginarás, partió enseguida. Ahora sólo nos queda esperar.- Nojami le agarraba la mano con ternura, aquel hombre era como un hermano para ella, y le dolía que su tío y maestro hubiese muerto.
-Entiendo. Debí haberme dado cuenta que Destino sabría estos hechos de inmediato. Igualmente, hay algo que Cielo debe saber ya, pero tú no... Mira.- Le enseñó el Libro del Cambio. Los ojos de la hechicera se dilataron. Miró la cara de Esteban, que sonreía medianamente, y al Libro nuevamente. Las cosas comenzaban a tomar un giro imprevisto para ella, y peligroso. Esteban la sacó de su ensimismamiento preguntándole por la niña. Nojami le indicó que Jakiru se encontraba arriba con Annie. Ambos caminaron hacia la escalera. Al pasar por la puerta se encontraron a Luna y Artemis que miraban a Esteban con reproche. -Mínimo podrías habernos avisado que llegaste. ¿Piensas que no estábamos preocupados por ti?- La voz de Luna era dura, pero el guerrero se rió, abrazó a los grandes felinos, y prosiguieron juntos el camino a la habitación. Esteban recogió a la pequeña de los brazos de la doncella, y la acurrucó con ternura. Era una imagen que enternecía los corazones de los que se encontraban allí mirando. Es como si un vínculo especial hubiese nacido entre la niña y el guerrero.
Al poco tiempo llegó Ismael y le dio la bienvenida a Esteban. Nuevamente en la sala, hablaron sobre el viaje del guerrero y las cosas contra las que hubo de enfrentarse. Llegado el momento de hablar del encuentro con Hemer y los demonios, el joven bajó la mirada al suelo. Le dolía recordar la muerte de Hemer, a pesar de que no había sido su mano la que empuñó la espada que finalmente acabó con su vida. Le costaba admitir que su viejo amigo, su hermano, había muerto no sólo una vez, sino dos: El día que se separaron al ser convocado Esteban por Cielo, y el día que finalmente Hemer dio su último respiro. Mas todo había terminado. Ya no servía lamentarse por los dolores pasados, había que enfrentarse a la nueva lucha que se les imponían. Ismael le puso al tanto de los avances y retrocesos de las tropas. Nojami se levantó para llevar a su hija a dormir a la habitación. Artemis la acompañó, dejando a los guerreros y Luna solos. La pantera les expuso su opinión acerca de lo que se vendría, -Esto no me gusta. Algo más se esconde tras la guerra. Es como si un fin oculto se escapara de nuestro conocimiento; varias veces fueron vencidos los enemigos y ya casi no les queden fuerzas, ¡pero éstas misteriosamente se regeneran casi al instante!. Además, ahora van tras los libros. Las cosas se complican, y esta guerra no acabará pronto. No me gusta, definitivamente.-

25.6.08

Capitulo IV

La cámara estaba alumbrada levemente. Muchos visitantes llenaban la comúnmente solitaria estancia de la Dama del Destino. Acomodados en la cámara circular, Damas y Señores del universo escuchaban a Destino -La Luna ha marcado la hora del final. Su aurora roja indica tempestad. Hemos llegado a un punto en que todo es fluctuante, no podemos detenernos ahora, hay que luchar.
-¿Pero no podemos hacer nada para dejar las muertes a un lado?- Cielo la miraba de costado, expectante a su reacción. Muchos de sus guerreros habían caído ya.
-Me temo que poco hay que hacer ya. Las líneas muestran que el destino se ha decidido; la kahina ha nacido, el guerrero ha terminado con la vida de su tormento, los enemigos se mueven rápido y los Libros corren peligro, la utopía ha llegado a su fin.- Destino fue terminante con su respuesta.
-Mi consejo es acabar con el martirio, y quitar del futuro los libros...- Se escuchó al fondo de la estancia, la Dama de Agua había emitido aquella opinión.
-¡No! No podemos hacer eso. Los libros son más antiguos que nuestras propias existencias, no podemos simplemente eliminarlos como si fuesen basura... Me niego.- El Señor del Fuego de la pasión se levantó de su asiento con desesperación en su rostro.
-No habrá de eliminarse los libros, tranquilizate. Pero debemos hacer algo. Esteban tiene el Libro Violeta en sus manos ahora y no tardará en ponerlos en las mías.- Cielo intentaba poner paz a aquella reunión. Todos los espíritus del universo reunidos en aquella sala era algo poco visto en toda la historia del universo.
-¿Qué te hace sentirte tan segura?- Le respondió el Señor.
-Qué lo conozco y confío en él. No necesito más. Destino, dinos que aconsejan tus mazos que hagamos.
-Las cartas muestran infortunios. Sangre ha de derramarse y traiciones nos acorralan. Debemos poner a salvo los libros, debemos prepararnos para una lucha sin precedentes en la historia de estos mundos. Peligra toda estabilidad, y poco podremos hacer para evitarlo.
-¡Basta Destino! No quiero seguir escuchando.- Una Dama, Arena, se negaba a seguir lamentando las futuras desgracias.
-¡No podemos negarnos a lo que se nos viene!- dijo la Dama del Hielo, Yhemani. La sala volvió a alborotarse.
-No digo negarnos. Pero mejor afrontar las cosas paso por paso. No nos precipitemos.
-Es una idea sabia la tuya, amiga. Creo que hemos dicho todo lo que teníamos para decir, ahora Damas, Señores... ¿Qué es precisamente lo que haremos?- Concluyó la Dama Mercuri de Agua.
-Juntaremos los Libros, y los pondremos a salvo, es momento de que la puerta del destino sea cerrada.- Destino miró a su alrededor.
-De acuerdo. Lo haremos...- Y el silencio reinó nuevamente.

24.5.08

Capitulo III (Parte 7.2)

Hemer se encontraba distraído, pensando en el libro que tenía en su poder. Los demonios habían terminado de comer, y comenzaban a sentir el cansancio sobre sus hombros. Quizás la relajación era algo prematura, pero nada les indicaba que debían preocuparse. La confianza los acompañaba, y veían próximos el fin de la misión. Entonces cada cual tomaría su camino y no volverían a verse, o al menos eso suponía Hemer.

Esteban los espiaba desde lejos. Cuando el fuego comenzó a amainar, decidió acercarse un poco más. Su corazón latía con la velocidad de un roedor. Diez metros. Acarició el filo de su espada, con suavidad. Pronto entraría en acción.

Alako y Moul preparaban sus improvisadas camas y se disponían a descansar. Añoraban las comodidades del lugar conocido. Moul era el más feroz y grande de los dos. Muchos años atrás había prestado juramento al Gran Demonio, de fidelidad y servicio. Él había luchado muchos años, matado seres de diversas razas. Alako, sin embargo, era novato en ese sentido. Apenas llegada su madurez, se unió al ejército de Moul. Ambos se conocían bastante, pero el mayor siempre estuvo en desacuerdo con la poca prestación que le daba su amigo a la causa general. Y en esos momentos, en que tenían que viajar bajo las ordenes de un simple guerrero, Alako no parecía molesto al ser puesto como inferior. Mientras que el orgullo de Moul se veía manchado por una sombra que le costaría quitar fácilmente. Quizás algún día, con la sangre de Hemer.
Los dos demonios se disponían a descansar. Hemer miraba los vestigios del fuego apagandose. Pronto también descansaría, cuando los demonios se durmieran. No confiaba en ellos, principalmente en Moul. Sentía el rencor que le inspiraba. Un instante después, una idea comenzó a carcomerle el cerebro: el Libro. No pasaría nada malo si lo leía un poco. Entre sus manos, el tomo parecía brillar. La ansiedad comenzaba a instigar al guerrero, que deseaba poder saber qué era lo que ese libro hacía realmente. Según había escuchado, con él podría cambiar cualquier evento pasado. Su mano acarició la tapa dura de color violeta. Adrenalina recorría sus venas. Quizás podría cambiar el destino... Ser él el elegido.

Esteban se acercaba cautelosamente. Lejos de las miradas dormidas de los demonios. Observaba al hombre sentado frente al fuego. Él había matado a su tío. Pronto la venganza tomaría parte en la historia y la balanza se equilibraría por fin.

Hemer intentó abrir el libro, pero algo se lo impedía. Lo miró con precisión, lo analizó, mas nada indicaba que tuviera una cerradura. Intentó nuevamente, pero era imposible. No entendía y su furia comenzó a incrementarse. Quería abrir el libro. Sus ojos comenzaron a arder como las llamas frente a él. Su mente se concentraba en cómo abrir el libro cuando un ruido detrás de él lo hizo volver a la realidad. Alako estaba sosteniendo a un ser que se defendía arduamente. Hemer se levantó, ocultando el libro entre sus cosas. Sus ojos mostraron sorna al ver a Esteban entre los fuertes brazos del demonio. Una sonrisa irónica apareció en sus labios. -Mirad lo que tenemos aquí. ¿Cómo es posible que no te hayamos notado hasta este mismo momento?- El guerrero prisionero se defendía con furia. El demonio no se había dormido tan pronto como pretendió Esteban. Ahora todo el esfuerzo que había hecho estaba por ser perdido. Si los demonios lo mataban allí, todo habría acabado. Esteban se confió de que los demonios no lo notarían mientras dormían, sin embargo, justo en el instante que se disponía a atacar, Alako lo sujetó por detrás.
Hemer seguía mirándolo. Mil ideas se aremolinaban en su cabeza. Esteban podría morir en ese mismo instante con una sola señal que le diera al demonio. Pero ¿realmente quería eso? Allí estaba su antiguo amigo, su hermano, con el que había crecido y entrenado bajo la tutela de Alexander. Él era el que llegado el momento de partir lejos, lo abandonó a último momento yéndose a servir a la Dama de Luna. En esos momento se hacía realidad lo que muchas noches había deseado, poder tener su vida en sus manos... Finalmente, con una sonrisa irónica aún en sus labios, le arrebató la espada a Esteban, y le indicó a Alako que lo soltara. El demonio, con sorna, soltó al guerrero y se quedó a un lado para ver el espectáculo.
Esteban vio su espada a los pies de Hemer. Debía pensar rápido, o sino el asesino de su tío terminaría con él también. De repente, Hemer comenzó a hablar.
-Nunca hubiera imaginado encontrarte en estos pasos, tan lejos de la vista de Cielo... ¿O acaso es ella ya no precisa de tus servicios?- Su mirada era fría. El rencor le estaba ganando a aquel sentimiento que una vez los uniera, y Esteban se estaba dando cuenta de ello. Una voz en su cabeza suplantó el discurso de Hemer, un susurro armonioso que intentaba dejarse oír. Esteban comprendió que por más lejos que se encontrara, las montañas azules se hacían escuchar; hizo un esfuerzo y se concentró en aquellas lejanas voces, lentamente, descifró el mensaje: "Su corazón se ha oscurecido, nada queda ya del amigo fiel que supo ser, su espada está ennegrecida con la sangre de sus congéneres, y la de su maestro que aún no se limpia. Su debilidad es su propio odio, su final fue marcado por su propia espada". Esteban prestó nuevamente atención a Hemer cuando éste comenzó a reírse estrepitosamente. Su risa era histérica. Lo miró con lástima. Ahora entendía que algo los hacía completamente diferentes, y fue ello lo que hizo que la Dama eligiera a Esteban, y no a Hemer, a pesar de ser éste más diestro en artes de batalla. Hemer no tenía corazón, era egoísta, ambicioso, y rencoroso. Su furia lo dominaba en ese momento, y sólo le importaba humillar y matar a Esteban.
-Podéis decir todo lo que quieras. Pero tú nunca llegarás lejos, Hemer. Dime, ¿qué habréis ganado matando a Alexander, mutilándolo?-
-Querido Esteban, no voy a decirte que no lo maté, pues fue mi espada la que lo atravesó. -Respondió Hemer divertido- Pero la mutilación se la dejé a los Demonios... Y ya que lo mencionas, te diré por qué maté a tu apreciado tío y maestre. Era mi misión, y además apoderarme de un tesoro que guardaba.- Esteban se quedó sorprendido con esa noticia. ¿Qué clase de misión podría involucrar la muerte de Alexander?, Hemer notando su incredulidad, le aclaró sus dudas- Ah, mira con lo que me he encontrado: el maestro no fue completamente sincero con su querido sobrino... Ja! Alexander era uno de los guardianes de los Nueve. Y aunque tú no lo supieras, el tenía en su poder el Libro violeta. -Y luego de buscar entre las mantas, puso ante los ojos incrédulos de Esteban, el Libro del Cambio.- Ahora, ya que tenemos frente a nosotros al capitán favorito de la Dama de Luna, me dirás cómo se abre este libro.-
Esteban apenas empezaba a comprender la gravedad del tema, si ese era realmente el libro del Cambio, implicaba que Asmodeo iba detrás de los Nueve libros sagrados. Detrás del Único. Aquello podría significar el fin de la guerra, y la victoria del enemigo. Esteban comenzó a pensar rápidamente, no podía perder un instante, no sólo su vida estaba en riesgo, sino la de muchos, el libro no debía llegar a las manos del Señor Demonio. Bajó la vista y vio su espada, lejos del alcance, junto a los pies de Hemer, que lo miraba con desafío.
Alako se encontraba aún mirando, medio adormecido, habría esperado un poco de acción por parte de Hemer, pero éste sólo parecía querer burlarse.
-¡Dime de una vez si sabéis o no cómo se abre este Libro!- Hemer estaba furioso ante la calma mirada del guerrero. Esperaba aunque sea una mirada de rencor y odio, pero no la encontraba. Esteban comenzó a sonreír, lo que sólo hizo que Hemer se enfureciera más.
-¿no sabéis acaso que ese Libro no puede ser abierto por cualquiera?- Respondió Esteban, armando su estrategia- Debéis conocer la clave para abrirlo.- Hemer lo miró con curiosidad, no sabía si creerle o no. Miró el libro entre sus manos, cerrado como por un cerrojo invisible, emitiendo una luz propia que no hacía más que hipnotizarlo. Esteban aprovechó esa distracción y empujó a Hemer contra el suelo, dejándolo tirado, para alcanzar su espada. Todo sucedió rápidamente, Alako se abalanzó sobre el guerrero, pero Esteban lo atravesó con su espada. En ese momento, apareció Moul, que al ver a su compañero muriéndose, atacó con furia a Esteban. Hemer miraba la escena perdido, aferrando el libro entre sus brazos. Aquello se estaba yendo de sus manos, guardó el Libro entre sus mantas, y agarró su espada para pelear. Esteban hirió a Moul en su pierna, dejándolo tirado en el suelo. Finalmente: Hemer frente a él. Había llegado el momento. Comenzaron a pelear, y Hemer demostró por qué siempre había sido mejor luchador que Esteban. El guerrero cayó al suelo, y Hemer comenzó a reírse disfrutando el sufrimiento de su viejo amigo. Luego de mucho tiempo estaba a punto de matar a Esteban, levantó su espada mirándolo. La espada atravesó el cuerpo sin dificultad.

Esteban miraba los ojos abiertos de Hemer. Moul, cojeando, sacaba su espada de la espalda de su líder. Hemer cayó muerto sobre el pasto manchado de sangre. Ahora Moul sonreía, terminaría con Esteban, y llevaría el Libro a su Amo. Se acercó lentamente, mirando con odio a Esteban. Su espada estaba cerca de él. Cuando la espada se disponía a bajar, Esteban esquivó el ataque, y con su daga cortó la mano del demonio. Luego, alcanzando su espada, lo mató. El demonio cayó muerto al suelo, junto a Hemer. Esteban contempló la escena: todo había terminado.

El guerrero limpió su espada, y se acercó hacia los vestigios del fuego. La noche se apresuraba a terminar. Entre las cosas de Hemer encontró el Libro violeta. Lo examinó y los símbolos le confirmaron que se trataba del Libro del Cambio. Dejando todo el resto atrás, se dirigió hacia donde su corcel y su perro lo esperaban. Ahora debía apresurarse a volver y llevarle ese Libro a Cielo.

27.4.08

Capitulo III (Parte 7.1)

Nuevamente los tres viajeros se detuvieron a descansar. Ya el sol desaparecía en el horizonte, y las primeras estrellas asomaban. Alako miró con desprecio la fina línea de una luna que se veía baja aún. Hemer y Moul discutían. El demonio consideraban que debía continuar el viaje. Si seguían deteniendose tan seguido tardarían demasiado en llegar al castillo. Sin embargo, Hemer deseaba detenerse, pasar allí la noche y proseguir al día siguiente. La charla no guardaba ningun significativo para Alako, aunque realmente deseaba descansar antes de seguir el viaje. Muchas cosas habían pasado desde la partida del castillo para ir en busca del libro para el Amo. Kilómetros recorridos hasta el lejano pueblo de las montañas azules... Y demás acontecimientos que se llevaron acabo. Pero todo tenía su recompenza, pronto el Señor reconocería sus servicios y tendrían su premio.
Finalmente, Hemer consiguió convencer al demonio y armaron el campamento para pasar la noche.

Esteban prosiguió su camino hasta llegar a lo alto de una colina, se apeó y escondiendose tras las rocas espió a los viajeros mientras armaban el campamento. Su corazón latía de prisa, y la adrenalina invadía sus venas, por fin estaba cerca de ellos, de los asesinos. Pronto tomaría venganza por la sangre derramada de su tío.

Moul notó un movimiento en las colinas, más no le hizo caso. Estaba enojado por tener que quedarse allí, cuando prefería llegar al lado de su Señor cuanto antes. Si no fuese porque tenía que seguir ordenes de ese guerrero. Pero ya ajustaría cuentas, cuando la misión hubiese terminado y su Señor lo deje libre de actuar como quisiera. Por su parte, Alako ponía parte de sus provisiones sobre el fuego, tenía hambre y deseaba irse a dormir rápido. No llevaba mucho caso a las miradas de furia de su congénere. Consideraba exagerada la importancia que le daba Moul al hecho de que un guerrero fuese líder de la misión. Su punto de vista le señalaba que si no lo habían dejado ir sólo en esa misión tan sencilla de realizar fue porque el Señor pensaba que era mejor seguirlo de cerca, por lo tanto él se sentía más al mando que su supuesto líder. Pero le costaba convencer a Moul de ésto, llegando al punto de que el demonio sólo aumentaba su rencor a Hemer sabiendo que su Señor no le tenía plena fe.

Esteban esperó a que el movimiento cesara, así los viajeros bajarían su guardia. Si trataba de acercarse mientras ellos montaban campamento, lo más probable es que se diesen cuenta, ya que al estar ocupados, subirían sus defensas. Cuando el fuego se hubo estabilizado, y los tres seres se hallaban reunidos a su alrededor, comiendo, Esteban comenzó el descenso cuesta abajo. Sigiloso, sacó a relucir todos aquellos artes de escondite que Alexander le había enseñado. No se dejó dominar por la furia y el deseo de venganza que apremiaban su corazón. Lentamente bajó hasta que estaba a la misma altura que los viajeros, a lo lejos. No sería fácil tomarlos por sorpresa, dado que se hallaban sentados en ronda, abarcando así prácticamente todo el campo visual que los rodeaba. Allí donde se encontraba, aún estaba fuera del alcance, pero debía esperar más antes de seguir.

13.4.08

Capitulo III (Parte 6)

En un paraje apartado, tres forasteros se detenían a descansar luego de un largo viaje. Todos con capas negras que ocultaban sus rostros a la luz de la fogata que habían hecho junto a la sombra nocturna de un árbol. Allí los tres comían y aguardaban una señal que les indicara sus nuevos destinos. Cerca de ellos, tres criaturas descansaban también, luego de cargar a sus amos por kilómetros de paisajes diversos; extrañas sería poco adjetivo: cuerpos musculosos y resistentes como los de un león macho adulto, sus cabezas parecidas al de un lagarto. Sus pelajes era rígidos semejantes a escamas. Extravagantes criaturas que algunos se animaban a domesticar, fieles a sus amos y resistentes en viaje y carga: Macules, era el nombre con que se los conocía. Apacibles dormían mientras los tres viajeros miraban el fuego. Dos eran altos y fornidos. El tercero tenía sus manos sobre las rodillas, como meditando. Finalmente, uno habló: -Partiremos con el alba. El Señor debe desear que lleguemos con su encargo cuanto antes.- El otro forastero alto lo miró a través del hueco de su capa, moviendo la cabeza de acuerdo. Luego, ambos observaron a su compañero, que aún se mostraba en la misma pose, con sus manos sobre las rodillas. Éste no habló, ni dio señal de asentimiento. Los altos se miraron nuevamente. El silencio volvió a reinar.

La brisa era suave y cálida. El guerrero se detuvo a tomar agua, y darle de beber a sus animales. Su fiel can y su caballo lo miraron agradecidos. Habían recorrido un gran trayecto sin descanso. Miró las estrellas y calculó la hora. Pronto amanecería, y sería mejor dormir un poco antes de continuar. Seguramente a quienes perseguía aún dormían, confiados de que nadie les seguía el paso. Los había alcanzado lo suficiente como para sorprenderlos al día siguiente por la noche. Dirigió su mano al bolsillo del pantalón. Aún guardaba allí la foto arrugada.

La noche llegaba a su término, dos de los viajeros dormían, mientras que el tercero permanecía viendo los vestigios del fuego, repasando los hechos que acontecieron en esos últimos días. Su conversación con el Señor, la partida hacia el este para concretar la misión que le salvaría la vida. La compañía de los Demonios; la llegada al antiguo hogar, el enfrentamiento de sus recuerdos, ver a su antiguo maestre. Todo junto. Sus manos apretaban sus rodillas al recordar la escena. Ironías de la vida. Las imágenes se agolpaban en su cabeza, como un caos inminente luego de la calma. Las fotografías viejas, la mirada ciega del anciano, las negativas, los gritos mudos, la tortura de los demonios. La mutilación del cuerpo y alma de Alexander. Sus manos apretaban con furia sus rodillas al recordar al anciano soportar con valentía la mutilación con tal de no ceder al enemigo. Aún cuando su cuerpo estaba siendo dañado, sus manos cortadas, sus pies clavados, su rostro sangrando, el viejo no reveló el escondite. Sus uñas se clavaban lastimando su pierna. El momento culminante, las palabras el anciano al borde de la muerte: "Hemer, nunca te juzgué... Y no lo haré hoy tampoco. Tu fuiste siempre el creador de tu destino, y así crearás tu propio final". La espada colgaba de su cintura aún manchada con la sangre de Alexander. Con furia había atravesado al anciano dando fin a su existencia. Había encontrado el libro luego de revisar la casa, escondido en aquella puerta secreta que de chico siempre los había intrigado. "Predecible", pensó en su momento. Ahora todo parecía ambiguo. Sin embargo, no había arrepentimiento en sus meditaciones. Sabía que pronto llegaría al momento que realmente estaba esperando, el enfrentamiento con Esteban. En algún momento su antiguo amigo no podría huir más y tendría que enfrentarse con él.
Finalmente llegó la mañana, y despertaron los demonios. Sus nombres eran Moul y Alako. Encontraron a su compañero en la misma posición en que lo habían dejado al irse a dormir: sentado frente a la fogata ya consumida, con las manos en sus rodillas. Se levantaron y desayunaron, sin hacer comentarios. Una hora más tarde partieron hacia el oeste.

29.3.08

Capitulo III (Parte 5)

Algo más de tres meses habían pasado desde que Esteban abandonara la Luna hacia su tierra natal. Entre tanto, en el castillo las cosas tomaron un rumbo cotidiano: Nomi veía crecer a su hija con pasión, y junto con Cielo, le iban enseñando las maravillas del la vida y los mundos que le tocaban conocer. Ismael tomó el lugar de Esteban en el comando de las tropas, pero evitó alejarse de su mujer y su hija por más de algunos días. No soportaba separarse de su pequeña sabiendo que en un tiempo no muy lejano, debería dejarla partir por mucho, quizás demasiado, tiempo. Gracias a los esfuerzos de los guerreros, la Luna terrestre se mantenía en paz, y cada día llegaban mejores noticias sobre la guerra. El enemigo se debilitaba, los guerreros se mantenían vivos. Sin embargo, algo inquietaba a Cielo. Presentimientos. Sus plegarias de respuestas fueron respondidas una noche, mientras Nojami e Ismael llevaban a su pequeña niña de ya un año y medio a dormir.
Luna apareció en el portal del salón, su mirada era inquieta y quizás asustada. Cielo le preguntó que sucedía,
-Mi querida Dama, Cielo... Hay un mensajero aquí. Dice venir de parte de la Dama del Destino... Algo me dice que su mensaje no son buenas noticias.- Luna movía su cola nerviosamente. Cielo le indicó que hiciera pasar al mensajero. Un ser alto ingresó a la estancia. Su color cobrizo y sus ojos verdes indicaban la lejanía de procedencia. Parecido a los humanos, pero más alto y fuerte, su presencia imponía respeto, aún para la Dama. El mensajero se inclinó en una reverencia a Cielo, se presentó como Haned y pasó rápidamente a comunicarle los motivos de su visita; Luna procedía a retirarse cuando la Dama le indicó que se quedara. Haned continuó,
-La majestuosa Dama del Destino me ha impuesto la misión de traerle un mensaje urgente, he aquí sus palabras -y de un bolso que traía sacó un pequeño tablero de madera. Símbolos extraños se agrupaban de manera sistemática, alrededor de una espiral que terminaba en el centro de la tabla con una estrella. De ese mismo centro surgió una luz blanquiceleste y una voz melodiosa y firme habló: "Dama de Luna, los mazos de mis cartas me han revelado infortunios que pueden traer severos problemas al equilibrio del universo. El séptimo guardián ha muerto, y el Libro del Cambio se encuentra en manos imprudentes. Su muerte ha sido planeada por un enemigo antiguo, y muestra el deseo de reunir los restantes ocho libros. Lamento saber que otro de ellos lo estará pronto en su poder, si no lo está ya, dado que fue dado a custodiarse por el ahora enemigo del equilibrio. Debemos advertir a los guardianes y poner a salvo a los siete que quedan. Una vez que estemos seguras de que no podrán obtenerlos, podremos pensar cómo lograr que los dos capturados: el Libro "Rojo" de las pasiones y el Libro Violeta, no sean usados inescrupulosamente..."
La voz calló, y se apagó la luz del tablero. Cielo estaba pensativa. Luna mostraba alevosamente su sorpresa. Haned aguardó las palabras de la Dama de la Luna.
-Comprendo, gracias por traer el mensaje. Puedes pedir lo que deseéis y descansar aquí antes de volver a tu hogar.- El mensajero hizo una reverencia y se dirigió a la puerta del salón, dónde Anabell lo esperaba para llevarlo a una habitación. Cielo miró a Luna, que seguía mostrando su sorpresa, finalmente recuperó su habla,
-¿Qué ha sido eso, mi Dama?¿El Séptimo Guardián ha caído?¿A quién se refiere?- Luna iba a continuar haciendo preguntas, hasta que Cielo le indicó con un gesto que callara.
-De a una podré responderte, Luna. Lo que has oído es un mensaje urgente de Destino, problemas se avecinan...- Luna la miró intrigada- Con respecto al Séptimo guardián, se refiere a alguien a quién tú conoces de nombre, aunque sea: Alexander. -Si era posible, el felino aumentó su expresión de desorientación, aquello era algo que no hubiese imaginado. Al ver el desconcierto de Luna, la Dama continuó explicando- Alexander era uno de los últimos grandes guerreros originarios de las Montañas Azules, si no el único de casta pura que había quedado. Hace miles de años, a su pueblo, reconocidos guerreros y fieles a las Líneas del Universo, se le concedió las custodia del Libro del Cambio, el Libro Violeta, Amatista, como quieras llamarlo. Antes que lo preguntes, Esteban no conocía este hecho... Hace muchos años ya, los guerreros juraron jamás revelar la ubicación del Libro, aunque se creía que lo habían escondido en las Montañas, al cuidado de las Voces. Alexander, al ver que sus tierras eran cada vez más inseguras, y a extraños requisando la montaña, había cambiado el escondite del Libro, siendo él el único puro que había quedado y por ende, el guardián último. Ahora que ha muerto, se han apoderado del Libro...- Luna la interrumpió, verdaderamente no entendía nada de lo que estaba sucediendo, interpeló a la Dama,
-Cielo, aguarda, por favor... ¿Cómo es eso de los Libros, del Libro del Cambio? ¿Acaso te refieres a los místicos libros que conforman el Supremo? Creí que los habían destruido hace cientos de años, luego... Luego de que los utilizaron para obtener la inmortalidad- Cielo prosiguió
-Eso pensaron muchos, pero en realidad nosotras, las Damas, no podíamos desentendernos de los nueve libros, del Supremo. Hicimos lo mejor que creímos: darlo en custodia a diferentes pueblos, de iguales poderes, para que no pudieran arrebatarse entre sí tan fácilmente. Pero no pensábamos que esto ocurriría a tal punto que realmente alguien consiga juntarlos para su propio beneficio... Sólo los más allegados a los guardianes aún conocían la existencia de Los Nueve, y nadie más... Los guardianes entre ellos desconocen quién posee los otros. Pero, sin embargo, alguien ha decidido averiguarlo. Por lo que ha dicho la Dama, creo saber quién...
Sin saber qué decir, el felino aguardó callada, meditando. Los Nueve seguían existiendo. A pesar del peligro que aquellos misteriosos libros, creados luego del nacimiento del Universo, cofres de poder y sabiduría de toda la existencia. Cada libro, cada pagina daba a su poseedor y ejecutor el poder de dominar un sector del espacio. Finalmente, los Nueve juntos daban forma al Supremo, el libro que dominaba y daba la posibilidad de manejar todos los elementos del universo, de crear y destruir todo lo que en él se encuentra. Luna hizo una última pregunta a Cielo -Dime, Cielo... ¿Por qué no destruyeron los libros luego de..?- Cielo terminó la pregunta por ella.
-¿Luego de usarlo para elegir la inmortalidad? No lo sé, Luna. Realmente no lo sé. En ese momento apenas había ingresado a la orden de las Damas. Quizás fue un error. Quizás no. No tenemos poder de saberlo, aunque usando el Libro del Cambio quizás si... Ironías, ¿no?- La Dama calló. Se miraron a los ojos, y Luna comprendió que Cielo estaba preocupada. Ahora ya no importaba que hubiese sido mejor. Tenían que plantear los hechos y encontrar una solución. -Debemos advertir a los demás guardianes. Esa será tu nueva misión, Luna. Sí, tú irás en búsqueda de los que aún protegen los demás Libros: de la Creación, de las Ilusiones, del Olvido, de los Elementos, el Equilibrio, la Destrucción, y el Destino. Nuestro enemigo ha obtenido el Libro del Cambio y seguramente tendrá en sus manos pronto el Libro de las Pasiones. Esos están perdidos por ahora, no vale la pena intentar arrebatárselos. No podrá usar el Libro Violeta. Pero no lo sabe aún. De eso hablaremos después. Necesito que busquéis a Artemis y le digas que habréis de hacer. No perdamos tiempo... No sabemos cuanto nos queda.

Cielo miró hacia las planicies de la Luna, preocupada... Un destello prácticamente imperceptible de una estrella lejana le indicó a la Dama del Destino que su mensaje había sido recibido.

17.3.08

La sombra del oeste

Su mirada atravesó el horizonte. El Sol se ocultaba a lo lejos, cerca de las montañas, su destino estaba detrás de ellas.
Todo había cambiado desde la última vez que abandonó ese lugar. Ahora era un hombre diferente, curtido por la espada y el escudo, dedicado a servir a su propio instinto a favor de su concepción del bien. Era joven, con su cutis color ocre dorado por el sol durante sus largas cabalgatas, su mano firme para sostener el peso de la espada que colgaba en su cintura esbelta y sus ojos de águila color verde como el musgo del lago. Alto, y vestido con lo necesario para soportar su viaje, caminaba por el prado mientras que su amigo equino disfrutaba del pasto fresco. Sus pensamientos se mezclaban entre recuerdos tristes, alegres, olvidados. Su infancia en aquel paraje fue única y decisiva en su vida. Su destino quedó marcado por los sucesos que acontecieron en esos valles oscuros de las montañas azules, como las llamaban los lugareños. Allí se habían luchado batallas escalofriantes, en buscas de tesoros guardados en antaño dentro de las montañas. Y él había vivido esas batallas de niño, y en ellas perdió a su familia. Desde entonces vivió con su tío abuelo, un perspicaz anciano que le solía repetir un pensamiento que quedó grabado en su mente: "Como estas montañas, hay fortaleza dentro de todos nosotros, el problema que casi siempre lo olvidamos..." No sabía que esa frase tan trivial para algunos, le ayudaría en los peores momentos de su vida.
Al final terminó partiendo de su hogar, hacia el este, donde los grandes caballeros luchaban. Allí quería estar él, luchando por lo que creía, o quería creer.

Llegó a una pequeña aldea, y sus ojos recorrieron el panorama no siempre desconocido. Entre las ventanas entreveía como los pueblerinos notaban su presencia, y lo vigilaban en cada paso que daba. Los forasteros no eran confiables desde que el terror se había instalado en sus vidas, cuando una nube de miedo y locura invadió sus corazones soñadores de grandes señoríos. La paz era un estado ya extraño y con significado ambiguo. ¿Acaso cómo desear algo que se escapa continuamente de las manos?¿cómo no desearlo? ¿Por qué debían de resignarse, en vez de luchar por algo que les pertenecía por derecho? El guerrero no lo entendía. Jamás lograría entender la cobardía.
La prudencia se notaba en el aire. Buscó una cantina donde saciar su sed. Al final de la calle vio un lugar llamado "Toevluchtsoord", dejó a su fiel corcel amarrado y le ordenó a su perro compañero que aguardara junto al caballo. Al entrar vio como todas las personas lo miraban de reojo. La taberna estaba algo oscura, las ventanas cerradas, y una mezcla de humo y vapor se olfateaba en el aire. Se sentó en la barra, y llamo al cantinero. El hombre era alto y fornido, su rostro daba muestra de conocer sobre la vida, con un tono prudente y seguro le preguntó al guerrero en que podía ayudarlo.
-Necesito un lugar donde quedarme por unos días. Vengo de un largo viaje y mis animales y yo tenemos sed. Le pagaré bien si puede darme un cuarto caliente y un establo para mi corcel.- El cantinero lo miró agudamente.
-Y... ¿se puede saber de dónde es que viene, forastero?- Su voz era gruesa, pero no vulgar. Denotaba inteligencia y rapidez de pensamiento. -
-Ha llegado del Este, mi hijo lo ha visto venir de las montañas.- Dijo un viejo sentado al final de la barra, mirando de reojo al guerrero. El tabernero quedó pensativo.
-Es cierto, y no pensaba negarlo. Vengo de más allá de las cuevas de las montañas azules, donde por días y noches he estado cabalgando en busca de algún refugio donde poder descansar antes de continuar. Las noches bajo las estrellas tienen su encanto, pero no hay nada como cobijarse frente a un hogar una noche fría.
-Yo no sería tan altanero de hablar así en un pueblo extraño. Aquí los forasteros no son bien recibidos, siempre terminan trayendo miserias tras de si..- Agregó una mujer robusta y mañera sentada en una mesa.
-Disculpe señora mía, pero no he hablado con altanería, sólo he dado una respuesta a sus preguntas. Si no deseáis forasteros, cerrar el pueblo dentro de cuatro murallas. Yo no he venido con ningún mal designio para ustedes, y no pretendo traer males a quienes me ayudan- Dijo el guerrero mirando al cantinero nuevamente. Éste dudó un instante, pero finalmente le respondió que un cuarto estaba libre, y podía dejar a su caballo en el patio trasero.-Muchas gracias señor, no olvidaré este favor que me está haciendo.
-¿Quiere algo de tomar?- le preguntó el cantinero. -Puede llamarme Hunco.
-Hunco. Quisiera un vaso de gina.- dijo en tranquilamente el guerrero. El cantinero lo miró con una expresión extraña, que en una milésima de segundo disimuló.
-Gina, eh? Aquí tiene.- Le sirvió un vasillo de una bebida oscura color azulada, con un aroma suave. Su sabor es difícil de explicar; hecha con un fruto oriundo del lugar, la gina era una bebida poco tomada, dado que su sabor era fuertemente amargo, pero sin embargo, luego dejaba una sensación dulce en el paladar. Su nivel de alcohol era el suficiente como para que no cualquiera se animara a tomarlo. Por lo general no era conocida por extranjeros, lo que llamo la atención del cantinero. Le indicó por donde entrar al corcel a las caballerizas y volvió a sus tareas. El joven guerrero le agradeció, y luego le preguntó por un anciano, excusando que debía verlo de parte de un viejo amigo. Hunco le comunicó como llegar a su hogar y cuando el joven guerrero partió en su búsqueda, la expresión del cantinero era de suma extrañeza.
Al llegar a final de la calle, dobló y siguió las instrucciones para llegar a la casa buscada. Golpeó sus nudillos contra la puerta de madera y aguardó a que lo recibieran. Un anciano apareció en el portal, sus ojos estaban cerrados -¿Quién anda allí?- El guerrero se quedó rígido, no esperaba que su anfitrión estuviera devastado terriblemente por la edad. Buscó su voz en sus entrañas, cuando el viejo comenzó a arrimar la puerta.
-Necesito hablar con usted, señor. Mi nombre se lo diré una vez estemos ambos resguardados de oídos externos.- La expresión del dueño de la casa no dejaba entrever las diferentes emociones que el reconocimiento de la voz le había provocado. La casa era pequeña, y contaba con una habitación que oficiaba de cocina, sala de estar y comedor, se veían dos puertas, una seguramente para el baño y la otra sería el cuarto del señor. Una puerta trampa en el techo bien escondida llevaba a una habitación desconocida para cualquier ajeno a la casa. El anciano le indicó a su invitado que tomara asiento, y al estar acomodados, tomó la palabra,
-Ha pasado mucho tiempo desde que cruzasteis esa misma puerta que hoy has tocado.- El viejo tenía su cabeza levantada enfrentando al joven guerrero. Su ceguera parecía tener vario tiempo ya, dado a la naturalidad con que se manejaba y la seguridad de sus movimientos. El visitante bajó los ojos al suelo para responder, aun estando ciego, no podía mantener la mirada al anciano.
-Mucho tiempo, demasiado, tal vez. Y habría pasado más si no fuera porque ha habido sucesos que me ponen en situaciones complicadas... Alexander.- Le costó pronunciar el nombre. Alexander escuchaba con atención sus palabras, y sorprendiendo al guerrero, lágrimas asomaron a sus ojos.
-Muchacho... Esteban.- suspiró- Veo que os acordasteis de tu maestro en momentos de angustia. Sin embargo...
-Sin embargo, al que he venido a ver es a mi tío, no al maestro. Necesito tu consejo, pero como única familia que eres. No son cuestiones de batalla las que me trajeron hasta estos páramos. Ha sido el dolor en el alma lo que me pone obstáculos en mi camino, y necesito consejo.- La cara del viejo tío mostraba cariño, quizás el año lo habían ablandado, pero era una realidad que allí estaba, su sobrino, en sus últimos momento, alguien había escuchado su silenciosa plegaria y lo había llevado hasta allí, aunque aquello significase ponerle obstáculo en el camino. Esteban aguardaba la palabra de su tío, mientras recorría por la mirada la sala. Varias cosas ya no estaban, y otras ocupaban su lugar. A pesar de eso, allí reconoció algunas imágenes viejas, fotografías que mostraban a un joven guerrero, enseñando a un pequeño a utilizar un escudo. No pudo evitar sonreír. Su infancia había transcurrido en ese pueblo. Allí había entrenado, en sus bosques limítrofes. A penas olvidaba aquella casa, dado que luego de la muerte de sus padres, se había trasladado allí. Luego partió del pueblo, junto con Hemer, a buscar experiencias reales de batallas.
El silencio de su tío lo volvió a la realidad. Debía ponerlo al tanto de los motivos que lo habían llevado al regreso. Así comenzó su historia. Desde que la Dama de la Luna lo hubiera convocado para dirigir una de sus tropas, hasta la misión de la Kahina. Cómo fue que se había distanciado de su amigo de la infancia, los rumores de que Hemer había jurado lealtad al enemigo, su confirmación al verse perseguido por él. El enfrentamiento de la caverna. Finalmente llegó a la charla con los felinos. Cuando hubo terminado, habían pasado varias horas. Su tío le invitó a quedarse,
-Lo siento Alexander, pero no podré. Nadie sabe aquí, más que tú, que me encuentro en el pueblo. Nadie me ha reconocido y no pretendo que se enteren. Es mejor que esto sea un secreto. Volveré mañana, temprano y podremos continuar nuestra charla.- Su tío asintió y lo dejo partir. Se sentía orgulloso del guerrero que era su sobrino y así se lo comunicó. Esteban volvió a la taberna sin ser visto. Allí Hunco hablaba con unos clientes. Al verlo llegar, el tabernero se disculpó y se acerco a él. -Dígame, señor mío ¿Qué desea hablar conmigo?- Hunco le indicó que subieran a la habitación que le había otorgado al guerrero. Una vez allí, cerró la puerta.
-Mira muchacho... No sabré quizás nunca quién eres si tú no quieres decírmelo. Pero sé reconocer a quienes son oriundos de esta zona, y por más que mis ojos no te reconocen, sé que tu piel ha florecido en estas montañas. -Esteban se quedó callado, meditaba si debía confiar en ese extraño o no. Quizás sería bueno tener alguien de confianza además de su tío.- Sólo os diré una cosa: la gente esta tarde te ha seguido de cerca. Nadie confía en nadie ya. El miedo paraliza al pueblo y los últimos forasteros sólo trajeron desgracias. Ya han destruido con sus demonios la vitalidad que representaba a nuestra gente. Pero algo me dice que tú no habréis venido por la destrucción, sino para nuestra ayuda. Sé a quién habréis ido a ver hoy, Alexander es uno de los pocos que aún se resiste a dejarse vencer. Si eres amigo suyo, eres el mío.- La extraña confesión del tabernero puso en guardia a Esteban. Conocía el carácter de los lugareños, y temía cometer una imprudencia. Con lentitud escogió sus palabras.
-Querido señor mío. Le agradezco su confianza. Alexander es un buen amigo mio y me alegra saber que tiene quién lo apoye. Os digo una cosa simplemente, mi paso por estas tierras es parte de una misión personal, una búsqueda. Confiaré una verdad, he nacido en estas tierras, he corrido por sus bosques. Y por ello me gustaría volver a ver a este pueblo vivir en paz. Haré lo que esté a mi alcance para que así sea.- El tabernero le observó complacido. Saludando a Esteban, se retiró de la habitación. Esteban se dedicó a meditar hasta que finalmente el cansancio lo venció y se recosto en la cama, junto a su fiel can.
A la mañana siguiente se dirigió nuevamente a la casa de su tío. Allí hablaron largamente, y éste le confirmó que Hunco era un hombre de confianza. El tabernero era la única persona en el pueblo que lo ayudaba siempre que necesitara algo. Dejando más tranquilo a Esteban, le contó los terrores que habían azotado al pueblo. Cientos de demonios malignos habíanlos atacado continuamente. Ahora nadie confiaba en aquellos que llegaban de lejos. Al mediodía almorzaron y luego se dirigieron al bosque al pie de la montaña. Por sus caminos, Esteban le describió sus inquietudes sobre qué sería de él al momento de enfrentarse al que fue como un hermano. Su tío seriamente pensaba cada palabra que el guerrero le contaba,
-Esteban, al ser convocado por la Dama Cielo, no habréis sido más que un leal guerrero en acudir. Hubiera sido una deshonra haber rechazado tu destino para el cual te habréis entrenado desde tu infancia. Hemer tendría que haberlo entendido. Pero si la envidia pudo más que su amor por ti, creo que habéis hecho bien en continuar solo. Veo que tu corazón sigue siendo tan puro como cuando eras un niño pequeño. Pero, mi muchacho, lamento decirte que ya habréis crecido y debéis enfrentarte con tu realidad. Hemer no es más tu amigo, lo ha dejado de ser en el mismo instante en que prefirió su amor propio a su mejor amigo. Escucha el mensaje de las montañas sagradas, sus espíritus te mostrarán que tengo razón. No dudéis al enfrentarte a él. Su arrepentimiento está lejos de mostrarle sus errores. Si él está dispuesto a levantar su espada contra la tuya, tú debéis interponer tu escudo. -Esteban estaba a punto de interrumpirlo, pero Alexander continuó- No intentéis interrumpirme, me he vuelto viejo y ciego, pero no tonto. Sé que seguramente tú no queréis matar al que te acompañó tantas noches y en tantas aventuras, pero Esteban, debéis entender que ya no está en juego tu propia vida, o la de Hemer. Piensa que mientras tú tratas de mantenerlo vivo esperando una excusa de su parte, él mata con el sólo objetivo de apoderarse de tu cabeza.- Esteban meditó esas palabras. Elevó su mirada hacia lo alto de las montañas, las nubes coronaban las cumbres.
-Los espíritus de la montaña. Pensé que eran cuentos para asustarnos.- Esteban miró a su tío que sonreía.
-A muchos niños les asusta lo que la sinceridad puede mostrarles. Los espíritus de la montaña son fuente de sabiduría y respuestas. Eso has venido a buscar, ¿no es cierto? Ellos podrían dártelas todas. Pero debes aprender a escuchar.- El guerrero y el anciano emprendieron al vuelta al pueblo. Esteban se quedó en la taberna mientras Alexander tomó un camino a parte para volver a su casa.

Así transcurrieron los días, y cada charla con Alexander ayudaba a Esteban a tomar una decisión. Varias veces había llegado a lo alto de la montaña en búsqueda de las voces sagradas. Una noche mientras comía, el guerrero pensó en la charla de ese día. También pensó en Cielo, en la hechicera y en Ismael. En la niña que debería haber crecido bastante seguramente. El viaje había sido tan largo. Por seguridad había tomado caminos antiguos, sin usar la magia de la Luna para trasladarse. Además eso hubiera llamado demasiado la atención de los lugareños. Eran un pueblo de guerreros, la lealtad para ellos venía de mano de un escudo, no de un báculo. Respetaban la magia de las Damas, pero no la utilizaban si podían evitarlo. Su orgullo estaba en poder empuñar una hoja afilada, no en hechizos. Serían prácticamente tres meses desde que se había alejado de la Luna terrestre y ya deseaba volver, aunque lamentaría alejarse de su tío. La gente del pueblo ya no le temía, pero evitaba tener mucho contacto con él. No había dejado entrever que era un lugareño más. Únicamente Hunco lo trataba como tal. Una hora después se acostó, mas no pudo dormir plácidamente. Algo lo inquietaba.
Sus temores se hicieron carne al día siguiente, cuando al bajar a la taberna, Hunco no se encontraba. En su lugar, su hija atendía a los clientes matutinos. Le preguntó por el padre y ella únicamente atinó a dirigirle una mirada triste. Esteban salió a la calle, y se encaminó a la casa de Alexander. Al llegar, vio a Hunco en la puerta. Su rostro era pálido y temblaba notablemente. Corrió hacia él y al verlo acercarse, el tabernero le dirigió una mirada sombría.
-Es tarde.- Le dijo. Esas palabras no tenían un sustento para Esteban, así que le exigió una explicación; Hunco sostenía la puerta de calle con una mano. Esteban comenzó a desesperarse, temía que algo hubiese pasado, el tabernero le disipó sus dudas.- Lo han matado.- El guerrero permaneció clavado en la calle, mirando al vacío. Era imposible. ¿Quién? Exigió que lo dejara pasar, y como el hombre se resistía desconfiando por primera vez de su visitante, lo empujó y entró.
La habitación había sido destrozada, y al fondo de la sala, yacía el cuerpo inerte de Alexander, mutilado y clavado en la pared. Esteban se horrorizó ante aquella espantosa escena, la sangre formaba un charco debajo de su tío. Sintió la mirada fría de Hunco a sus espaldas. Se dio vuelta para enfrentarlo. Notó que el hombre lo miraba con rencor. - ¿Sabéis quién lo ha hecho?- Le preguntó a Hunco.
-Eran seres malignos. En el pueblo corre la noticia de que venían en busca suya, señor, y al no encontrar a su víctima, lo mataron a él.- El rencor hacía más gruesa aún la voz del hombre. Esteban notó que le echaba la culpa, y en parte tenía razón. Se acercó al cuerpo de su tío. Cerca, en el piso, roto su marco en pedazos se encontraba una fotografía manchada de sangre. En ella se veían dos niños peleando y riendo mientras sus pequeñas espadas chocaban en un juego inocente: Él y Hemer. Entonces un sentimiento comenzó a tomar cuerpo en el suyo propio. Hunco aún lo observaba cauteloso. Esteban volvió a enfrentarlo, con la imagen aún en sus manos, arrugándola.
-Era mi tío. Mi nombre es Esteban, y Alexander era mi tío abuelo, era...- su voz se quebró, Hunco lo miraba sorprendido- era como un padre para mí. He venido desde lejos, desde la lejana Luna de la Dama en búsqueda de una respuesta. -alzó la vista encontrándose sus ojos y los del tabernero que lo miraba con sorpresa y entendimiento- Ahora.. La he encontrado. Y quizás ha sido mi mismo problema el que me la ha proporcionado. Debo irme de inmediato. Buscaré a quién ha hecho esto y tomaré la sangre que ellos le arrebataron a mi tío. Han lanzado un desafío, y por el honor propio y de Alexander, he de responderles. Os suplico, querido señor que me habéis acobijado en su casa y dado su amistad que le deis un funeral apropiado al hombre que me ha educado y enseñado a vivir. Ahora he de partir, antes que sea demasiado tarde.
Hunco le dio su palabra de que cumpliría con lo pedido y dándole toda la información que poseía de los que habían asesinado a Alexander, lo vio partir hacia la taberna. Esteban tomó su espada, ensillo su caballo, y con su can tomó la dirección que Hunco le había indicado.
Su futuro tenía ahora una meta. Hemer había sellado su destino al asesinar a Alexander. Ahora Esteban se tomaría su venganza. Su amigo de la infancia había cedido su lugar a un ser miserable que no merecería su perdón. La espada del guerrero no descansaría hasta cobrar sangre por sangre. Cabalgó hacia el Oeste, en búsqueda de su adversario, con una Luna alumbrándolo juró a su tío que jamás se daría por vencido y lucharía por terminar con esa guerra que azotaba a su pueblo, a todos los pueblos, hasta el último instante de su vida.

16.3.08

Capitulo III (Parte 4)

Mientras la Dama hablaba con una de las doncellas del castillo, Esteban se acercó a ella. Esperó a que terminara de hablar con la niña antes de dirigirle la palabra. Cielo lo miraba interrogante, Esteban daba muchas vueltas para decirle algo concreto, y aquello no le agradaba.
-¿Por que no me decís directamente que te preocupa, Esteban? ¿Desde cuándo sois amante de las vueltas?- Esteban se sonrojó. La Dama no pudo evitar sonreír. Su joven guerrero no era más que un muchacho comenzando su madurez. Aunque sus años contaran más de lo que un humano tomaría por juventud. La raza de aquellos guerreros era única y longeva. Sus años pasaban con lentitud permitiendo que adquieran grandes habilidades de lucha para cuando tuvieran la edad suficiente para pelear. Esteban era parte de una casta milenaria de guerreros audaces, y su sueño se había realizado cuando la Dama lo congregó para unirse a sus tropas. Ahora, sin embargo, necesitaba consejo externo sobre la dominación de su ser. Y para ello necesitaba volver a su viejo hogar, donde su gente, principalmente alguien en particular, podría aconsejarlo.
-Lo siento, es que debo pedirle un favor mi señora. Supongo que sabréis la conversación que he tenido con Artemis y Luna...-
-Algo, sí. Ellos me comentaron que estaban preocupados por ti...- Esteban bajó su mirada al suelo. -Si necesitáis algo, pídemelo. Pero mírame a los ojos, Esteban.- En el acto, el guerrero obedeció.
-Cielo, necesito partir a mi pueblo. Necesito ir a buscar algo...- La Dama se rió, dejando sorprendido a Esteban.
-Esteban, si deseas ir en busca de Alexander, llamalo aunque sea por su nombre. No creo que le guste que lo menciones como "algo"- Esteban se había sonrojado aún más. No esperaba que Cielo reaccionara tan apaciblemente. Sin embargo, por un lado se sentía tranquilo mientras que no tuviera que admitir que era lo que lo llevara en búsqueda de su viejo maestro. Aquel que le había enseñado el arte de la guerra. Su mesías íntimo, no había en el universo ser que conociera mejor a Esteban que Alexander, su tío. Volvería a las montañas azules, donde años atrás había vivido su niñez. Volvería al pueblo escondido del terror que avanzaba cada día más. Dudaba con lo que se encontraría una vez allí, pero sabía a la perfección que si necesitaba encontrar respuestas, solo su tío sabría dárselas.
Cielo le indicó que fuera sin dudas. Notaba en su alma una inquietud que dejaba al guerrero quieto en el camino. Deseaba poder ayudarlo, mas sabía que no estaba en sus manos las palabras o acciones que pudieran poner en movimiento las ideas del joven. Prefirió no incurrir en los motivos que lo llevaban al regreso a las montañas azules, aunque podría sospechar algo por las charlas con los dos felinos. A pesar de todo, su mente en estos momento no podía alejarse de la niña y sus padres. Decidió que Ismael, si aceptaba, podría reemplazar a Esteban en su ausencia, y así se lo comunicó, quedando éste conforme. Mientras, Nojami debería dedicarse a cuidar de la niña. Las semanas pasaban, y la pequeña crecía. Si se descuidaban del tiempo, antes de que se dieran cuenta, habrían pasado los tres años que separaban el inicio del entrenamiento de la corta infancia de la que disfrutaría Jakiru. Advirtió a Esteban de que tuviera cuidado y le dio su protección. Quedaron que en dos días el guerrero partiría.

Los dos días pasaron con intensidad poco habitual. La Dama, Nomi e Ismael se encontraban en el jardín para despedir a Esteban. Le desearon suerte y le aseguraron que podría encontrar sus respuestas y volver pronto con ellos. Esteban sonreía a esas palabras tan típica de esas ocasiones, pero no por eso menos reconfortantes. Finalmente se despidieron. Artemis y Luna lo habían saludado y dado sus buenos deseos temprano, antes de salir en una misión. Nadie pensó que pasaría algún tiempo hasta que lograra volver.

23.2.08

Capitulo III (Parte 3)

La sala estaba vacía, Esteban se encontraba admirando los paisajes mientras esperaba a Artemis y Luna. La hechicera, su marido y la niña habían salido, y los sirvientes no se entrometerían. Previo arreglo con Cielo, los felinos decidieron que era el momento de hablar con el guerrero. La puerta se abrió dejando pasar a una pantera negra y a un tigre blanco que rápidamente se dispusieron frente a Esteban. El guerrero sospechaba apenas lo que iban a decirle. Era consciente de que su actitud en las últimas semanas no había sido del todo ejemplar. Sin embargo, no acertaba a imaginar las palabras de los dos guardianes que se encontraban frente a él. El silencio reinó en la estancia mientras los tres allí sentados, el guerrero mirando al suelo y los felinos con sus ojos clavados en la expresión de él. Finalmente, sabiendo que eso se esperaba de él, Esteban les preguntó qué era lo que realmente deseaban decirle con tanta urgencia. Artemis tomó la palabra -No es sólo la urgencia lo que nos lleva a hablar contigo esta tarde, sino la preocupación, Esteban... Creo que ya sabrás, porque ya te lo he dicho, que últimamente estás tomando actitudes que pueden salirse de tu control, y eso implicaría un alto precio para todos...- Pero el guerrero lo interrumpió,
-Artemis, creo que te estas precipitando. Te reconozco que no he estado del todo tranquilo estos últimos tiempos, pero de allí a llevarlo al punto de que puedo tomar decisiones equivocadas y apresuradas, creo que es demasiado...- Miró fijamente a los ojos de Artemis, mas no pudo sostenerle la mirada. El guerrero era consciente que aquellos dos seres eran mucho más que felinos de guerra, sabía a la perfección que ellos poseían poderes que nadie imaginaría. Luna estaba callada, había adoptado una postura silenciosa que ponía un tanto nervioso a Esteban, que bien conocía el carácter de la pantera, altiva y directa, cuando hablara sus palabras le dolerían como puñaladas en el corazón. Era una escena llena de tensión, el guerrero se había puesto a la defensiva y los felinos lo habían supuesto.
-Esteban, no te lo tomes como un ataque, nosotros tenemos el deber de custodiar este lugar, y a ustedes. Creo que es necesario que hablemos de esto antes de que realmente pueda salirse de nuestras manos. No. No me mires así. Ya admitiste que mis sospechas no son infundadas. Has estado comportándote de una manera imprudente, y molesta. Y creo saber a qué se debe tu extremo nerviosismo... Desde la caverna...- Esteban se quedó callado. Luna lo miraba, su mirada se entrometía en la misma piel del guerrero y descubría que estaba asustado. Él, por su parte, no podía dejar de admitir que su encuentro con su viejo amigo y compañero de toda la vida había sido un duro golpe. Quizás más duro de lo que debiera. Pero creía aún poder dominar la situación, ¿acaso no habíanle confiado la capitanía de las tropas? ¿Por qué no confiaban en qué podría dominar sus propios sentimientos? Su mente era un remolino de ideas: Hemer, su vieja amistad, su visión de él avanzando con su espada dispuesto a luchar, los felinos, Artemis deteniendo el ataque de Hemer para que Esteban escapara, Luna mirándolo, Cielo que no le contaba sus conversaciones pasadas, las tropas luchando, la próxima batalla, la próxima lucha que tendría, el próximo encuentro con su mejor amigo que ahora era su enemigo...
-Esteban, escúchame- la voz de Luna era suave y asomaba a lo maternal, aunque era realmente un sentimiento de compasión. Ella lograba ver el interior de aquel hombre que se debatía entre el sentimiento y el deber. Que luchaba constantemente contra sus propios demonios internos. Era una difícil lucha y complicada de ganar. Luna lo comprendía.- Debes entender que nosotros queremos ayudarte. Sabemos que ésta es tu propia lucha personal. Y yo confío en que no la llevaras al campo de batalla. Tú mismo lo sabes bien, Cielo te confió la capitanía de nuestras tropas aquí, y es una gran responsabilidad. Lo único que queremos hacer es advertirte que debes tener la cabeza fría. No puedes dejarte llevar en un arrebato de quién sabe qué sentimiento, pensando que podrás controlarlo. Porque bien sabemos que tú eres propenso a tus impulsos, que en cuestiones de guerra nos han servido mucho, pero aquí no eres objetivo, no ves al enemigo como el que es realmente, y confundes tus recuerdos con la nueva realidad. -Artemis observaba a Luna mientras ella hablaba, intentando trasmitirle sus pensamientos.- Y por favor, Artemis, déjame hablar a mí. -el tono de Luna se endureció- Esteban, bien sabes que tenemos nuestras razones para estar preocupados y lo mejor es que nos hagas un poco de caso en esto que te decimos, no sólo por tu bien, sino por el de todos; un error tuyo, como ya dijo Artemis, puede costarnos muchas cosas a todos... Y luego de todo lo que hemos pasado y lo que estamos haciendo para tratar de contener y vencer a nuestro enemigo, dejarlos valerse de un arma tan eficaz como alguien que debilita a uno de nuestros capitanes. Creo que no es la idea.- Luna terminó su discurso y miró fijo a sus dos acompañantes. Esteban tenía la mirada clavada en el suelo todavía y Artemis disimulaba su leve disgusto por ser callado de esa manera. Sin embargo, la felina sabía en su interior que su charla había surtido efecto. Esteban lo confirmó.
-Luna, tienes razón en muchas de las cosas que dices. Sin embargo, aún creo en mi fortaleza para saber separar mi campo personal de batalla del que luchan las tropas lunares. Les pido que me tengan un poco más de confianza y deben algo de crédito. No creo haberlos defraudado antes, y no tengo pensado hacerlo ahora. Les pido que me tengan algo de paciencia. Necesito meditar algunos de los problemas que atarean mi mente... ¿Cielo también opina como ustedes?
-Cielo no sabe más de lo necesario. Le hemos dicho en general cuáles eran los motivos que nos llevaban a hablar en estas condiciones contigo.- Le respondió Artemis. Y los tres cayeron nuevamente en un silencio. Esteban meditaba, tenían razón, se estaba comportando de manera reprochable y debía de hacer algo. Quizás lo mejor sería ir en busca de consejo. Y sólo había un lugar donde lo conseguiría.
-Hablaré con Cielo, si ella me da el permiso, iré a buscar a alguien que puede ayudarme a no perder tanto la calma... Eso es todo lo que puedo prometerles. No voy a cometer más errores, y lo mejor es encontrar una respuesta que calme mi ansiedad.- Luna y Artemis lo miraron y comprendieron. Era el momento en que cada uno buscara las respuestas que necesitaba antes de volver a la batalla. Ahora, debían admitirlo, tenían más fe en el joven guerrero.
-Cuentas con nosotros, no lo olvides. En estos momentos en que la vida se aprecia tan poco, debemos valorar a los amigos. Busca tus respuestas y vuelve a luchar...- concluyó Luna, se levantó y salió de la sala, seguida por Artemis, dejando al guerrero aún sentado en el sillón, mirando por la ventana el extravagantemente hermoso paisaje árido de la Luna.

19.2.08

Capitulo III (Parte 2)

Artemis y Luna se encontraban dando un paseo por las afueras del pueblo. Lejos de todo compartían un momento de intima tranquilidad. El Sol los apremiaba con sus rayos. Caminaron hasta encontrar un refugio, dónde se acostaron a descansar. Luna notó que la cabeza del Tigre era un remolino de ideas, -¿Qué es lo que tanto te preocupa, Artemis? Se nota que no estás tranquilo.- El felino la miró conteniendo una sonrisa, eran un complemento: negro y blanco, oscuridad y luz, el yin y el yang. Ella siempre sabía cuando algo le pasaba, incluso cuando ni la Dama sospechara que estaba intranquilo. Miró hacia afuera de la caverna, estaban solos en medio de la nada.
-Me preocupa Esteban, pero no quería hablarte de esto ahora...- Luna lo miró con ternura, aunque solían llevarse de los pelos cuando tenían de discutir algo o tomar decisiones, no podían negar que ellos eran perfectos el uno para el otro. Habían nacido para estar juntos, y luchar y proteger. Artemis continuó.- Ha estado extraño últimamente. Al parecer no esta contento con nada, o está siempre alerta. Creo que el encuentro con Hemer le ha trastornado.- Luna lo escuchaba atentamente, ello era preocupante, si el guerrero se equivocaba por una pasión, muchos morirían. Siempre supieron que la amistad perdida de Esteban traería un problema, más al saber que los enemigos habían encontrado una válvula de escape al rencor de Hemer. Ahora debían de tomar una decisión. Alejarlo del campo de batalla sonaba precipitado o incluso absurdo, desde el punto de vista de Luna. -Con razón, tú siempre lo proteges. Pero ten en cuenta que ahora ellos saben un punto débil en nuestra formación, ¡No podemos dejar que ataquen donde más nos duela!.-
-Estás siendo apresurado, Artemis. Y no lo protejo. Esteban está en condiciones de luchar... Además las cosas se han calmado, el enemigo sufrió grandes pérdidas y necesita regenerarse. No tendremos problemas en ese ámbito por ahora. ¡No comiences a mirarme de esa manera! Por favor, entra en razones...- Luna se había parado y miraba al tigre recostado aún en el piso. -Creo que deberíamos considerar bien los hechos. Tú ya lo observaste. ¿Estás seguro que es por Hemer que se puso así?
-Cuando fue el ataque a la caverna, al verlo, Esteban se quedó sorprendido. Por ello salí a ayudarlo. Una vez dentro, Esteban comenzó a perseguirse, con que si era seguro el lugar y cosas por el estilo... -Luna permanecía en silencio, escuchando- Luego, en Dione. Miraba a la gente como con rencor... Aunque diría más que con impaciencia. Creí que en algún momento se pararía y gritaría a todos que miraran a las Lunas en el horizonte. No exagero, te lo juro Luna... Incluso en Saturno, mientras descansábamos, estuvo todo el tiempo inquieto, ¿No me digas que no lo notaste?
-Ahora que lo dices, tienes razón... Hubo días en que su rostro mostraba demasiada preocupación. Pero sigo sosteniendo que eres demasiado drástico si piensas por eso alejarlo del resto de los guerreros. Sabes a la perfección que si Esteban se encuentra así por su reencuentro con ese individuo, es su propia batalla personal, no lo trasladará a la guerra. Por algo Cielo lo eligió como guerrero y capitán de las tropas, Artemis. Ella debe de saber lo que hace.- Artemis se quedó meditando. -Quizás lo mejor sea hablar con él. Preguntarle directamente, y si se resiste, usaremos mi poder. Él no podrá evitarnos ni engañarnos. ¿Qué te parece?
-Está bien. Creo que es lo mejor que podemos hacer por ahora y ponernos de acuerdo al mismo tiempo. Hablaremos con él. Pero debemos ser conscientes de que intentará quitarle importancia al asunto, sin embargo, yo creo que esto puede ser grave si no tomamos precauciones. No me gustaría perder un guerrero como Esteban...
-Bueno. Lo haremos así. Regresemos al castillo, el paseo se alargó demasiado. Buscaremos a Esteban por la noche y hablaremos con él.- Los felinos emprendieron el regreso al castillo mientras en lo lejano del cielo, la Tierra rotaba lentamente.

16.2.08

Capitulo III (Parte 1)

Una llanura familiar se presentó ante los ojos de Esteban. El suelo pedregoso y grisáceo le daba la bienvenida a la primera Luna, la luna terrestre. Nojami e Ismael se miraron a los ojos. La pequeña niña dormía apaciblemente. Cielo se acercó al grupo y con un leve movimiento de la cabeza les indicó que caminaran. A lo lejos podía verse una ciudad, protegida de los vientos estelares por las pequeñas colinas. En lo alto de la más grande, se divisaba un castillo, similar al que habían abandonado hacía una semana. No es una tarea sencilla describir ese hermoso y peculiar paisaje. Árido, apagado, era una magia en el aire lo que lo hacia tan atractivo. Allí se respiraba paz. Quizás era uno de los pocos lugares en los que la paz seguía reinando. Mientras miles de seres en los mundos morían en la batalla, allí los habitantes de la Luna, seguían sus tareas, aprovechando su protección. Sin embargo, más allá de la vista, a las afueras del pueblo, los guerreros recuperaban fuerzas. Como base de recuperación, las mujeres y los niños curaban a los heridos que llegaban cada día. Les daban un respiro de ese aire tan puro y fuerzas para continuar. En momentos de guerra nadie estaba ocioso. Ismael recordó viejos tiempos, algunos años atrás, cuando él era uno de esos guerreros. Esteban miraba hacia todos lados como buscando a alguien conocido. Ya cerca del pueblo, Cielo habló -Esteban, ve con los guerreros, tu eres su líder. Recoge las novedades y luego reúnete con nosotros en el castillo.- La dama dirigió su mirada a Ismael -Sé que desearías ir, pero es preciso que hablemos los tres lo antes posible, por tu hija.- Ismael aceptó y tomaron el camino que los llevaba a lo alto, hacia el castillo, mientras que Esteban siguió al fuerte.
El castillo estaba construido de piedra blanca, con enormes ventanales que daban a unos jardines de ensueño. Flores blancas. Siempre eran flores blancas las que adornaban esos paisajes únicos. La puerta se abrió para darle paso a Cielo y sus acompañantes. Una doncella, apenas una niña parecía, les ofreció algo de tomar y los condujo al salón. -Gracias, Anabell, puedes irte. Prepara las habitaciones, Esteban llegará en unos momentos.- La doncella movió la cabeza afirmativamente y desapareció por una puerta. La Dama continuó su discurso -Ismael, supongo que Nojami te habrá contado lo del rito. Jakiru ya tiene corriendo por sus venas la sangre sagrada, fundida con la propia heredada de ustedes dos. Será fuerte, gracias al poder de su madre y la fuerza de su padre. -Ismael le sonrió complacido- Pero ahora aún nos espera un largo camino. Es demasiado joven para blandir una espada, hasta dentro de tres años ella no comenzará a entrenar. Pero ustedes dos podrán enseñarles las delicias de la vida, los misterios del universo y las historias de su familia. Ella los comprenderá porque veo en sus ojos grandes ansias de descubrir aquello que la rodea. Mas sabéis los dos que esto no será para siempre. Cuando Jakiru llegue a la edad de los cuatro años, Nojami, debéis finalizar tu promesa.- La hechicera miraba el suelo. Su mente era un remolino de ideas y recuerdos: Una noche, la Luna llena brillando en lo alto del firmamento. Ismael la aguardaba a una distancia prudente, y la Dama, allí frente a ella parada. La hechicera miró las estrellas, y luego a los ojos de la que había sido su maestra, su guía, la que le había abierto las puertas a la magia de la Luna, cuando el resto le habían dado la espalda. No sabía si estaba haciendo lo correcto, únicamente seguía lo que les decía su corazón.
"-Cielo, he tomado mi decisión. Sabéis a la perfección que luego de ti, en la más estima tengo a la Dama del Destino. Si ella ha hablado es porque lo sabe. No confío en mi fortaleza y me creo insuficiente para llevar a cabo una misión así. Pero si mi primogénita ha de ser una Kahina, una de esas guerreras de las que tanto me has contado. Así ha de ser. Sin embargo, sé también que este honor no me es gratuito. Cielo, dime con qué pagaré que mi hijo sea un ser único. -La Dama la miraba a los ojos. Ismael se había unido al grupo. Los tres allí, bajo las estrellas estaban firmando un pacto secreto e infinito.
-Mi niña... Tu hija, porque será una mujer la que tenga el poder de reencarnar a las Kahinas, será una guerrera impura, dado que vos, Nojami, no eres una guerrera de las Lunas, y sabemos también, que un poder oculto vive en ti. En cambio, la descendencia de tu sucesora serán puros. La línea de sangre comenzará con ella, al completar el ritual, su sangre mestiza se fundirá con la última aún conservada de la última Kahina. Luego de eso, tres años tendrán para vivir y disfrutar a su hija. Al cuarto año, ella deberá comenzar su entrenamiento, y ustedes deberéis dejarla a mi cuidado y a los de Luna y Artemis. No os preocupéis que ella tendrá completa consciencia de que ustedes son sus padres y los amará como tales, pero no podréis vivir con ella. Su destino es aprender las antiguas estrategias de batalla y diplomacia. Un poco la verán crecer. Debéis seguir sus vidas. Ese es el trato, Nojami.- La hechicera la miró fijo. Le estaban pidiendo que entregara a su hija, el primer fruto de su amor por Ismael. Que aceptara vivirla cuatro años, y luego dejarla. Era un sacrificio demasiado grande... Ismael la miraba, buscando sus pensamientos, pero la mente de Nojami era impenetrable.
-Cielo... Hazme un único favor, me estáis pidiendo que te de lo más sagrado que tendré en el mundo, mi primer hijo, mi primogénita. Pero no puedo simplemente abandonarla a su dicha. Lo único que te pido es que no nos separéis por completo. Te juro por la Luna, que no interferiré en su entrenamiento y respetaré lo que me pidas... Todo salvo que me aleje definitivamente de mi hija, no podría soportarlo.- La dama la miraba atenta. Comprendía el deseo de su corazón, pero no sabía. Nojami sería su madre. Quizás... Suspiró.
-Está bien, Nojami. Acepto tu petición. Sería injusto para tu bebé también. Pero deberán aceptar mis negativas en momentos de angustia. No hay tiempo para errores. Ya larga será la espera hasta que vuestra niña pueda luchar, no podemos retrasarnos más."

Cielo miraba a Nojami, intuía cuales eran sus pensamientos. Y esperaba a que la hechicera se sintiera lista para hablar. Ismael apoyó una de sus manos en la rodilla de su amada, y la volvió a la realidad. -Amor mío...- Nomi le sonrió y dirigió sus ojos a los de Cielo. No se sorprendió al ver cansancio, dolor y el universo mismo dentro de ellos.
-No te preocupes Cielo, cumpliré. Sé que tú harás lo mismo.- En ese instante Anabell abrió la puerta y dejó pasar a Esteban. Su rostro era tranquilo, le habían dado buenas noticias, y el enemigo se encontraba calmo. Tendrían un respiro antes de volver a batallar. Cuando se percataron que la doncella seguía en la puerta, ésta les comunicó que las habitaciones estaban listas y podrían ir a descansar si lo deseaban. Los cuatro le agradecieron y se levantaron para irse a sus respectivos aposentos. La niña se ruborizó cuando Esteban pasó junto a ella y le dedicó una sonrisa. Ya en su habitación, Ismael y Nojami dejaron a su hija en su cuna y se dedicaron a mirar el paisaje desde los grandes ventanales. El guerrero sentía gran nostalgia por sus años de lucha.
-Recuerdas amor, cuando nos conocimos yo era un simple guerrero de la Luna y tu la más hermosa hechicera que había visto en mi vida.- Su mujer se ruborizó, como cada vez que el le decía algo como aquello, como cada vez que la acariciaba y la besaba. Su amor era puro, imperecedero. De ese amor había nacido la niña. Y con ella compartían esa eternidad que siempre los uniría.

15.2.08

Carta a una hermana desconocida

Hay tantas cosas que quisiera decirte, hermanita, que no me alcanza el momento para pensarlas. Pensar que hace poco que la vida nos juntó. Luego de separarnos por quién sabe realmente cuantos años, nos hemos encontrado. Luego de la muerte de los padres. Luego de la infancia pasada. Luego de que nos enviaran a lugares desconocidos. Finalmente nos hemos encontrado. Sin saberlo, tantas palabras habladas, tantos momentos juntas, sin siquiera sospechar una cruel y feliz verdad. Tantas afirmaciones sin confirmar, que resultaron ser más que ciertas. Todo sucedió con una velocidad increíble. Miro hacia atrás y veo que sólo fueron unos meses, y sin embargo, pasaron tantas cosas, sufrimos tantos arrebatos en noches de vigilia. Ambas, al lado una de la otra. Pero llego, después de tanta reflexión, al hecho de que en la tarea de mantenernos en pie, no llegamos a compartir algo del tiempo que pasamos separadas. Siento, a veces, miedo de que en algún momento todo concluya de manera que nuestra separación, aunque sea sólo temporal, aunque no corta, sea inminente. De que no tenga la posibilidad de conocerte realmente. De que todo termine siendo un recuerdo más, feliz, demasiado feliz, pero recuerdo al fin. El futuro suele ser tan incierto, y no podría soportar no llegar a saber que es lo que realmente eres.
Conozco sólo una parte de ti, reconozco quizás algunos gestos también que me son familiar. Pero lo que me da miedo, es en algún momento reconocer algún parentezco con esa parte de mí que trate y sigo tratando de corregir. Esa parte que según Luna, es de papá. Una pasión a luchar, a seguir luchando, a olvidarse de todo por el fin que se persigue. Tal vez no lo exprese con claridad, cuesta tanto hablar de lo que poco se recuerda; lo que sé es que veo esa actitud de continuar, de seguir y no parar aunque veamos que el camino no es seguro para continuar. Muchas veces eso es lo que realmente necesitamos, seguridad... Pero que sé yo, hay veces que las cosas pueden terminar mal por el mismo motivo. Quizás me equivoque. Ojalá me equivoque. Pero la verdad es que tengo miedo... Miedo a volver a perderte. Muchos años soñé con que mamá y papá estuvieran vivos, o que al menos, hubieran dejado un hermano. Y pensar que todos esos sueños, no eran más que, quizás, ansias de recordar un pasado escondido.
Hay tantas cosas que quisera saber, tantas cosas que quisiera contarte. Son muchos los momentos en que hubieramos sido complices o estado enfrentadas, tal vez. La cruda realidad es que cuando a penas teníamos consciencia de existir, nos alejaron. Primero a mí de nuestros padres, pero eso era un trato, del cual no me quejo realmente. Luego a vos de ellos, y por último, para terminar el trabajo los mataron como animales. Ellos arriesgaron sus vidas por nosotros, ellos lo dieron todo, hasta el último momento. Ambas sufrimos, diferentes pesares, diferentes pasados... Que terminan conjugandose en uno mismo, en uno que trataron de borrar. A mí me tocó una vida de lucha cuerpo a cuerpo, de guerras perdidas y ganadas. A ti te toco sufrir la represión de tu ser, de tu esencia. Tu lucha personal con los que decían que era mejor quedarse atrás. A mi me mandaron siempre al frente, a vos a la retaguardia. Son dos lugares de batalla completamente opuestos, pero en ambos se siente el mismo dolor, el dolor de quizás a veces sentirse solos. Sigo en que es complicado explicarme con claridad, creo que soy demasiado ambigua, y es porque ahora mismo mi cabeza es un caos, hay muchas cosas que quiero decir, muchas otras que estan escapando a mi memoria. Nunca fui buena para las cartas, es un hecho, Jean siempre me lo dijo. Y la verdad no tengo ganas de contar una historia ficticia para decirte todo lo que siento, lo que pienso. Sólo quiero que algún día nos sentemos a hablar, sin reproches, sin prejucios, sin antedichos. Abrirnos completamente la una con la otra, contarnos y decirnos exactamente lo que queremos decir, sin pensarlo dos veces, simplemente ser sinceras. Hablar de nosotras, de nuestro pasado perdido... Dejando el futuro para más adelante. Dejando los problemas y persecusiones en un decimonoveno plano. Olvidarnos un momento de que el mundo se acaba, de que hay que seguir buscando, de que hay que protegernos. Simplemente hablar de hermana a hermana, de una a una. Sacar a la vista ese lazo que siempre nos unió, eso que sabíamos que por una extraña razón iba a tenernos unidas toda la vida y ahora entendemos que es. No hablo simplemente de acá. Hablo de nuestra verdadera vida, la que nos quitaron, la que nos quieren evitar recuperar. Quiero que fortalezcamos eso que la vida nos dio, esa relación que comenzó desde que naciste del mismo vientre que yo. Sin títulos, sin reparos. Somos dos, hechas uno por el amor de nuestros padres. Ellos viven aun en nosotros, ambas tenemos mucho de ellos, tanto bueno como malo. Yo reconozco algunas cosas mias, quisiera que puedas reconocer las tuyas, y que podamos compartirlas. Quizás así, ambas podamos llegar a conocerlos algo mejor.
Es el día de hoy, que me siento a decir todo esto, que espero que vos, realmente vos, lo leas, y me digas lo que pensas. Que me mandes a la mierda por la cursileria si queres, como quizás haría yo si lo leyera desde afuera. Pero hay una realidad que ya no puedo cambiar, que siempre existió y antes no le encontraba explicación. El que sos todo para mí, el que, inevitablemente, me podes. Que haría hasta lo último por vos y el que jamás en mi vida te abandonaría, ni permitiría que te hicieran daño. Lamento no haberlo podido hacer hasta ahora. Lamento no haber sido la hermana mayor que necesitabas. Espero que tengamos en algun momento la oportunidad de remendar eso. Espero que llegues a ser tan feliz como te lo mereces. Y sinceramente espero poder hacer algo para que ello, a pesar de los obstaculos que conocemos, se realice.
Es todo lo que tengo para decir ahora, o mejor dicho, es todo lo que logro encajar en algo coherente por el momento. Te adoro con toda mi alma, hermanita mia. Estoy aca, siempre lo voy a estar. Sabelo.


Tu hermana mayor,

Jakiru.

3.2.08

Capitulo II (Parte 7)

Estaban los tres sentados junto a la puerta de una cantina, en Dione. El guerrero más joven miraba ansioso a la gente que caminaba por la calle sin más, como si esa noche fuera como el resto de las noches de sus vidas. Artemis lo miró con regaño, Esteban se estaba comportando como un niño pequeño, y no entendía por qué. De un momento a otro, Ismael se puso de pie- Debemos irnos. Ya esta hecho, ¿no es así Artemis? ¿Para que seguir esperando?- Miró fijamente al Gran Felino, impaciente, le preocupaba su mujer y su hija; sabía a la perfección que con Cielo y Luna debían de estar a salvo, pero en esos tiempos de guerra, era mejor evitar tentar a la desdicha. Artemis entendía a medias las preocupaciones de aquellos dos guerreros. Le ponía alerta enormemente las sensaciones ambiguas de Esteban, que parecía extrañamente nervioso, como si sintiera peligro a cada paso que daba. Finalmente extendió sus patas, elevándose un metro a la cruz del piso, se desperezó e indicó a los dos hombres que aceptaba sus pedidos y fueran a cruzar el portal. Mientras caminaban hacia un llano a las afueras del pueblo de Zia, ciudad habitada de Dione, el felino miró nuevamente a Mimas y Encélado. Ambas lunas descansaban en paz en lo lejano del horizonte. En su interior comprendió que todo había salido según los planes, al llegar al castillo, hablaría con Luna sobre la actitud del joven guerrero y juntos decidirían que medidas tomar.
Ya en los jardines del castillo Nojami arropaba a su hija, la marca en la frente, brillante en un primer instante como hilos de luz, poco a poco se fundía con su piel, apagándose. Cielo se detuvo un instante en la entrada. Algo la prevenía. Sentía en su pecho una punzante sensación, como si fuera una advertencia. Miró rápidamente a Luna -Artemis está abriendo el portal en Dione en este instante, dentro de unos minutos llegaran al castillo. Rápido, lleva a Nojami y a Jakiru adentro y que se preparen para partir, regresaremos a la Primera Luna a penas estén listos.- Luna se quedó quieta escuchando sus palabras y sus silencios. La inquietud le hizo erizar su pelaje. Acompañó a la hechicera al interior del castillo, dejando a la Dama fuera. Sola, junto a la fuente, Cielo observaba las estrellas -Dime, Destino, que mis miedos son infundados.- Sin que nadie más lo notara, una estrella parpadeó tres veces, la expresión de la bella Dama de Luna se ensombreció.

Artemis la vio parada mirando detenidamente la imagen de la fuente del jardín. Un Dragón se posaba sobre sus patas traseras, extendiendo las alas y emitiendo un mudo rugido de desafío al firmamento; suavemente, una flor se entrelazaba con él. La unión de los opuestos, de dos tipos de vida, del universo. Con una seña, les dijo a los guerreros que entraran y fueran en busca de Luna, debían de haber novedades esperándolos. Con pasos lentos, se acercó a Cielo. -Mi bella Dama ¿Algo la inquieta, no es cierto?- El Tigre Blanco posó sus azules ojos sobre el rostro, aún sombrío, de su ama.
-Artemis... ¿Crees que el pasado sea el peor de nuestros enemigos? -el felino permaneció callado, meditando- Yo lo creo firmemente. Los fantasmas de la vida son unos de los peores inquisidores de todos los seres de este universo. Años he vivido, he luchado, he cumplido mi deber. Nunca pensé que realmente necesitaríamos llevar a cabo el ritual de hoy, nunca pensé... que algún día realmente usaría esa sangre tantos años, siglos guardada en la palma de mi mano para volver a la vida a las guerreras únicas. ¿Sabes? Cuando me enteré que sería destinada a Dama, cuando aún las Damas elegían la mortalidad de su raza, me emocioné realmente... -un silencio, Artemis escuchaba la reflexión de Cielo con suma atención- Pero, no imaginé que los sucesos nos llevarían a perder tantas cosas amadas. Quizás ya lo sabes, pero las Damas hemos elegido la inmortalidad en aquel entonces. Es difícil, una piensa que vivir todas las vidas juntas no sería algo tan agotador. Sin embargo, todas las alegrías, todos los pesares, todas las emociones que deberían estar repartidas en la memoria de cada vida, pesan sobre la mía. Los dolores hacen comprimir mi corazón como cuando sucedieron hace cientos de años. La guerra que nos llevó a la opción desesperada de no morir ante nada, mejor dicho, casi nada... Esa misma es la que se está luchando hoy. -la dama hablaba con su mirada abstraída en la observación de la estatua- Ay, ¡Artemis! Siento que es injusto, siento que ahora estoy condenando a una niña, a una pequeña niña a vivir una vida diferente a todas las demás. Porque ¡he conocido a las Kahinas de antaño! Sé lo que es vivir para luchar, comprender las incoherencias del universo, aprender a vivir en diplomacia, y a blandir la espada y el báculo. Lo peor, porque realmente a Jakiru le espera algo peor... Es que por lo menos las antiguas guerreras, sucesoras siempre, Artemis: Una línea de sangre que marcaba el destino de toda primogénita. De madres a hijas se trasmitía el conocimiento de la lucha y el consenso. Eso hacía el entrenamiento más llevadero. Pero Jaki, ella no podrá vivir esa vida, es única en su especie, y Nojami no podrá entrenarla, no podrá verla crecer con lo a menudo que desearía. No sé como afectará eso a la niña, quizás previniendo alguna de sus debilidades remarquemos otras. Quién sabe. Corro con la ventaja de que aunque sea conozco el entrenamiento, pero estoy segura que la sangre que ha recibido hoy se ha fundido con la de ella, el instinto de las guerreras es ahora el suyo. -guardó unos segundos de silencio, perdida en el laberinto de su pensamiento- Artemis, mi fiel guardián, me has estado escuchando con atención y complacencia, te lo agradezco... Siempre fuiste un alma comprensiva, y tienes la capacidad de hacernos sentir en paz a los que estamos a tu alrededor- Cielo miró a los ojos al Tigre.
-Mi Dama, sabe a la perfección que siempre estaré a su servicio. Mi vida es suya.- Mas la Dama detuvo las palabras de agradecimiento del felino.
-Artemis, la Dama del Destino dispuso que la guardiana principal de Jakiru sea Luna. Pero veo en las estrellas y en las líneas regentes que tú tendrás un papel tan importante en su vida como ella. Tú la acompañarás y serás su fiel oyente y sabréis darle consejo en momentos de apuro. Junto con Luna: Luz y Oscuridad. Sabiduría y Fuerza. Ustedes dos serán los que la protejan. Los que la guíen cuando yo no pueda hacerlo. La marca de la Luna se funde con la marca kahina. Cuando ella los necesite, ustedes dos lo sentirán. En fin -suspiró- volvemos a la Luna terrestre. Prepárate. Nos esperan tres años hasta que el verdadero entrenamiento comience. Hasta entonces nada será fácil. Nada.

27.1.08

Capitulo II (Parte 6)

Un ser de baja estatura, recuerdo de los enanos, se arrodillaba frente al trono del Demonio. Su mirada, clavada en el suelo, no dejaba de vigilar su entorno. Denotabase su cansancio tras un largo viaje. Su amo lo observaba desde lo alto de los tres escalones, fijo, inquisidor. -¿Qué noticias me habéis traído, Gazphar? He de suponer que no habréis cometido el error de volver sin nada importante que decirme.- El demonio miraba fijo a su sirviente. Lo había obligado a viajar miles de millas a través del espacio hasta el sexto planeta, por los medios antiguos, dado que los portales abiertos en Saturno estaban por demás vigilados. Si tuviera todo su poder... Pero no podía, no hasta terminar con la amenaza que representaba esa insulsa vida. -No escucho tu respuesta.- El enano aún miraba el suelo. Sus sentidos eran finos como el de una fiera en peligro. Había conseguido llegar a Saturno. Había visto el doble florecimiento de las Lunas. Y allí,
-Mi señor, amo de todas las Tierras... He cumplido la misión que me encomendaste. Tuve que atravesar varios pasos entre mundos, hasta llegar a uno olvidado que me permitiera observar el desdichado evento. Con cautela me he movido, y estoy seguro que nadie ha notado mi presencia. Estarán confiados en que son intocables en el planeta. Han llevado a cabo el rito. Tal como usted, amo, adivinó... Durante las Dos Lunas de Saturno.- El Demonio lo miraba complacido. Sus sospechas estaban ahora confirmadas: una nueva guerrera había nacido. Esa especie vulgar, según él, que cientos de años atrás habían logrado exterminar; nuevamente a la vida. Sin embargo, dentro del mismo Demonio algo, quizás el miedo del cual inevitablemente no estaba absuelto, le hacía admitir que esa pequeña niña... «Sabía que era una niña, siempre lo habían sido. Una generación tras otra de guerreras. Una a la vez, y de su vientre nacía la sucesora. Una línea sanguínea que marcaba un destino a la primogénita ineludible. Una idea romántica que lo hacía reír y odiar. Las habían exterminado. La última había muerto. Pero... A pesar de todo, aquí había renacido en una niña el mismo karma, el mismo cosmos único que representaba a las Kahinas. ¿¡Cómo era posible!? Sólo la sangre como sangre misma podía hacer que un ser siguiera, se condenara a ese destino. Cielo, ella era la única respuesta. Esa infiel artimaña que lo había condenado al exilio. Ese ser despreciable era la llave». La mirada del enano se posaba ahora en la expresión del Demonio. Sus ojos astutos captaban la tensión en el interior de su amo. Un dejo de sonrisa se estaba asomando a sus labios, cuando comenzó a revolverse por el piso del dolor. -¿Acaso pensabas que podrías ver mi mente y que yo no os diera cuenta? Ja.! Pobre iluso que eres. Te perdonaré la vida únicamente porque me eres útil aun. Has cumplido con tu misión. Y ahora he de encomendarte otra: Iréis al monte Atlas, y me traeréis el libro rojo. Debemos juntar Los Nueve.
-Sí, mi amo.- El sirviente se retiró tras hacerle una reverencia al Demonio. Bajó por el pasillo y se dirigió a la habitación donde dejara su capa de viaje. Recogió un mapa, cargó su bota con agua. Su cabeza era un hervidero. El monte Atlas, en lo lejano del oeste. Necesitaría magia para volver, no sería seguro andar con el Libro así nomas. Revolvió los cajones, los armarios, buscando. El cetro del mendigo era la solución. Aquel palo miserable que servía de bastón, nadie imaginaría que en realidad, y gracias a los poderes del Demonio, se podían abrir grandes portales con él. Finalmente se dirigió al cofre. Era lo único que faltaba revisar, y como recompensa a su empecinada búsqueda, encontró el objeto de deseo. Se acomodó la capa y en silencio abandonó el castillo; sin que nadie lo viera desapareció en el bosque.