el Viento y el Dragón


El dragón se elevó imponente sobre las nubes. Se detuvo un instante y lanzó un gruñido que estremeció las montañas kilómetros a sus pies. Ese alarido atrajo a la Dama del Viento: “¿por qué gritas de esa manera?”, le preguntó, a lo cual el Dragón blanco respondió: “Porque soy el Dragón más poderoso, dueño de los cielos... Y nadie puede impedirme que haga lo que se me plazca”. Y así nuevamente lanzó por sus fauces un fuerte sonido desafiando a la bella Dama. Ella, entre la lástima y la compasión que le inspiraba aquella criatura, tomó una decisión, le dijo: “Lamento hacerte esto, pero he de darte una lección” y detuvo la brisa que sostenía al inmenso Dragón, que cayó velozmente a la tierra, batiendo sus alas furiosamente sin que éstas le sirvieran de nada... El viento le había dado la espalda.

el Viento y el Dragón

24.5.08

Capitulo III (Parte 7.2)

Hemer se encontraba distraído, pensando en el libro que tenía en su poder. Los demonios habían terminado de comer, y comenzaban a sentir el cansancio sobre sus hombros. Quizás la relajación era algo prematura, pero nada les indicaba que debían preocuparse. La confianza los acompañaba, y veían próximos el fin de la misión. Entonces cada cual tomaría su camino y no volverían a verse, o al menos eso suponía Hemer.

Esteban los espiaba desde lejos. Cuando el fuego comenzó a amainar, decidió acercarse un poco más. Su corazón latía con la velocidad de un roedor. Diez metros. Acarició el filo de su espada, con suavidad. Pronto entraría en acción.

Alako y Moul preparaban sus improvisadas camas y se disponían a descansar. Añoraban las comodidades del lugar conocido. Moul era el más feroz y grande de los dos. Muchos años atrás había prestado juramento al Gran Demonio, de fidelidad y servicio. Él había luchado muchos años, matado seres de diversas razas. Alako, sin embargo, era novato en ese sentido. Apenas llegada su madurez, se unió al ejército de Moul. Ambos se conocían bastante, pero el mayor siempre estuvo en desacuerdo con la poca prestación que le daba su amigo a la causa general. Y en esos momentos, en que tenían que viajar bajo las ordenes de un simple guerrero, Alako no parecía molesto al ser puesto como inferior. Mientras que el orgullo de Moul se veía manchado por una sombra que le costaría quitar fácilmente. Quizás algún día, con la sangre de Hemer.
Los dos demonios se disponían a descansar. Hemer miraba los vestigios del fuego apagandose. Pronto también descansaría, cuando los demonios se durmieran. No confiaba en ellos, principalmente en Moul. Sentía el rencor que le inspiraba. Un instante después, una idea comenzó a carcomerle el cerebro: el Libro. No pasaría nada malo si lo leía un poco. Entre sus manos, el tomo parecía brillar. La ansiedad comenzaba a instigar al guerrero, que deseaba poder saber qué era lo que ese libro hacía realmente. Según había escuchado, con él podría cambiar cualquier evento pasado. Su mano acarició la tapa dura de color violeta. Adrenalina recorría sus venas. Quizás podría cambiar el destino... Ser él el elegido.

Esteban se acercaba cautelosamente. Lejos de las miradas dormidas de los demonios. Observaba al hombre sentado frente al fuego. Él había matado a su tío. Pronto la venganza tomaría parte en la historia y la balanza se equilibraría por fin.

Hemer intentó abrir el libro, pero algo se lo impedía. Lo miró con precisión, lo analizó, mas nada indicaba que tuviera una cerradura. Intentó nuevamente, pero era imposible. No entendía y su furia comenzó a incrementarse. Quería abrir el libro. Sus ojos comenzaron a arder como las llamas frente a él. Su mente se concentraba en cómo abrir el libro cuando un ruido detrás de él lo hizo volver a la realidad. Alako estaba sosteniendo a un ser que se defendía arduamente. Hemer se levantó, ocultando el libro entre sus cosas. Sus ojos mostraron sorna al ver a Esteban entre los fuertes brazos del demonio. Una sonrisa irónica apareció en sus labios. -Mirad lo que tenemos aquí. ¿Cómo es posible que no te hayamos notado hasta este mismo momento?- El guerrero prisionero se defendía con furia. El demonio no se había dormido tan pronto como pretendió Esteban. Ahora todo el esfuerzo que había hecho estaba por ser perdido. Si los demonios lo mataban allí, todo habría acabado. Esteban se confió de que los demonios no lo notarían mientras dormían, sin embargo, justo en el instante que se disponía a atacar, Alako lo sujetó por detrás.
Hemer seguía mirándolo. Mil ideas se aremolinaban en su cabeza. Esteban podría morir en ese mismo instante con una sola señal que le diera al demonio. Pero ¿realmente quería eso? Allí estaba su antiguo amigo, su hermano, con el que había crecido y entrenado bajo la tutela de Alexander. Él era el que llegado el momento de partir lejos, lo abandonó a último momento yéndose a servir a la Dama de Luna. En esos momento se hacía realidad lo que muchas noches había deseado, poder tener su vida en sus manos... Finalmente, con una sonrisa irónica aún en sus labios, le arrebató la espada a Esteban, y le indicó a Alako que lo soltara. El demonio, con sorna, soltó al guerrero y se quedó a un lado para ver el espectáculo.
Esteban vio su espada a los pies de Hemer. Debía pensar rápido, o sino el asesino de su tío terminaría con él también. De repente, Hemer comenzó a hablar.
-Nunca hubiera imaginado encontrarte en estos pasos, tan lejos de la vista de Cielo... ¿O acaso es ella ya no precisa de tus servicios?- Su mirada era fría. El rencor le estaba ganando a aquel sentimiento que una vez los uniera, y Esteban se estaba dando cuenta de ello. Una voz en su cabeza suplantó el discurso de Hemer, un susurro armonioso que intentaba dejarse oír. Esteban comprendió que por más lejos que se encontrara, las montañas azules se hacían escuchar; hizo un esfuerzo y se concentró en aquellas lejanas voces, lentamente, descifró el mensaje: "Su corazón se ha oscurecido, nada queda ya del amigo fiel que supo ser, su espada está ennegrecida con la sangre de sus congéneres, y la de su maestro que aún no se limpia. Su debilidad es su propio odio, su final fue marcado por su propia espada". Esteban prestó nuevamente atención a Hemer cuando éste comenzó a reírse estrepitosamente. Su risa era histérica. Lo miró con lástima. Ahora entendía que algo los hacía completamente diferentes, y fue ello lo que hizo que la Dama eligiera a Esteban, y no a Hemer, a pesar de ser éste más diestro en artes de batalla. Hemer no tenía corazón, era egoísta, ambicioso, y rencoroso. Su furia lo dominaba en ese momento, y sólo le importaba humillar y matar a Esteban.
-Podéis decir todo lo que quieras. Pero tú nunca llegarás lejos, Hemer. Dime, ¿qué habréis ganado matando a Alexander, mutilándolo?-
-Querido Esteban, no voy a decirte que no lo maté, pues fue mi espada la que lo atravesó. -Respondió Hemer divertido- Pero la mutilación se la dejé a los Demonios... Y ya que lo mencionas, te diré por qué maté a tu apreciado tío y maestre. Era mi misión, y además apoderarme de un tesoro que guardaba.- Esteban se quedó sorprendido con esa noticia. ¿Qué clase de misión podría involucrar la muerte de Alexander?, Hemer notando su incredulidad, le aclaró sus dudas- Ah, mira con lo que me he encontrado: el maestro no fue completamente sincero con su querido sobrino... Ja! Alexander era uno de los guardianes de los Nueve. Y aunque tú no lo supieras, el tenía en su poder el Libro violeta. -Y luego de buscar entre las mantas, puso ante los ojos incrédulos de Esteban, el Libro del Cambio.- Ahora, ya que tenemos frente a nosotros al capitán favorito de la Dama de Luna, me dirás cómo se abre este libro.-
Esteban apenas empezaba a comprender la gravedad del tema, si ese era realmente el libro del Cambio, implicaba que Asmodeo iba detrás de los Nueve libros sagrados. Detrás del Único. Aquello podría significar el fin de la guerra, y la victoria del enemigo. Esteban comenzó a pensar rápidamente, no podía perder un instante, no sólo su vida estaba en riesgo, sino la de muchos, el libro no debía llegar a las manos del Señor Demonio. Bajó la vista y vio su espada, lejos del alcance, junto a los pies de Hemer, que lo miraba con desafío.
Alako se encontraba aún mirando, medio adormecido, habría esperado un poco de acción por parte de Hemer, pero éste sólo parecía querer burlarse.
-¡Dime de una vez si sabéis o no cómo se abre este Libro!- Hemer estaba furioso ante la calma mirada del guerrero. Esperaba aunque sea una mirada de rencor y odio, pero no la encontraba. Esteban comenzó a sonreír, lo que sólo hizo que Hemer se enfureciera más.
-¿no sabéis acaso que ese Libro no puede ser abierto por cualquiera?- Respondió Esteban, armando su estrategia- Debéis conocer la clave para abrirlo.- Hemer lo miró con curiosidad, no sabía si creerle o no. Miró el libro entre sus manos, cerrado como por un cerrojo invisible, emitiendo una luz propia que no hacía más que hipnotizarlo. Esteban aprovechó esa distracción y empujó a Hemer contra el suelo, dejándolo tirado, para alcanzar su espada. Todo sucedió rápidamente, Alako se abalanzó sobre el guerrero, pero Esteban lo atravesó con su espada. En ese momento, apareció Moul, que al ver a su compañero muriéndose, atacó con furia a Esteban. Hemer miraba la escena perdido, aferrando el libro entre sus brazos. Aquello se estaba yendo de sus manos, guardó el Libro entre sus mantas, y agarró su espada para pelear. Esteban hirió a Moul en su pierna, dejándolo tirado en el suelo. Finalmente: Hemer frente a él. Había llegado el momento. Comenzaron a pelear, y Hemer demostró por qué siempre había sido mejor luchador que Esteban. El guerrero cayó al suelo, y Hemer comenzó a reírse disfrutando el sufrimiento de su viejo amigo. Luego de mucho tiempo estaba a punto de matar a Esteban, levantó su espada mirándolo. La espada atravesó el cuerpo sin dificultad.

Esteban miraba los ojos abiertos de Hemer. Moul, cojeando, sacaba su espada de la espalda de su líder. Hemer cayó muerto sobre el pasto manchado de sangre. Ahora Moul sonreía, terminaría con Esteban, y llevaría el Libro a su Amo. Se acercó lentamente, mirando con odio a Esteban. Su espada estaba cerca de él. Cuando la espada se disponía a bajar, Esteban esquivó el ataque, y con su daga cortó la mano del demonio. Luego, alcanzando su espada, lo mató. El demonio cayó muerto al suelo, junto a Hemer. Esteban contempló la escena: todo había terminado.

El guerrero limpió su espada, y se acercó hacia los vestigios del fuego. La noche se apresuraba a terminar. Entre las cosas de Hemer encontró el Libro violeta. Lo examinó y los símbolos le confirmaron que se trataba del Libro del Cambio. Dejando todo el resto atrás, se dirigió hacia donde su corcel y su perro lo esperaban. Ahora debía apresurarse a volver y llevarle ese Libro a Cielo.