el Viento y el Dragón


El dragón se elevó imponente sobre las nubes. Se detuvo un instante y lanzó un gruñido que estremeció las montañas kilómetros a sus pies. Ese alarido atrajo a la Dama del Viento: “¿por qué gritas de esa manera?”, le preguntó, a lo cual el Dragón blanco respondió: “Porque soy el Dragón más poderoso, dueño de los cielos... Y nadie puede impedirme que haga lo que se me plazca”. Y así nuevamente lanzó por sus fauces un fuerte sonido desafiando a la bella Dama. Ella, entre la lástima y la compasión que le inspiraba aquella criatura, tomó una decisión, le dijo: “Lamento hacerte esto, pero he de darte una lección” y detuvo la brisa que sostenía al inmenso Dragón, que cayó velozmente a la tierra, batiendo sus alas furiosamente sin que éstas le sirvieran de nada... El viento le había dado la espalda.

el Viento y el Dragón

13.4.08

Capitulo III (Parte 6)

En un paraje apartado, tres forasteros se detenían a descansar luego de un largo viaje. Todos con capas negras que ocultaban sus rostros a la luz de la fogata que habían hecho junto a la sombra nocturna de un árbol. Allí los tres comían y aguardaban una señal que les indicara sus nuevos destinos. Cerca de ellos, tres criaturas descansaban también, luego de cargar a sus amos por kilómetros de paisajes diversos; extrañas sería poco adjetivo: cuerpos musculosos y resistentes como los de un león macho adulto, sus cabezas parecidas al de un lagarto. Sus pelajes era rígidos semejantes a escamas. Extravagantes criaturas que algunos se animaban a domesticar, fieles a sus amos y resistentes en viaje y carga: Macules, era el nombre con que se los conocía. Apacibles dormían mientras los tres viajeros miraban el fuego. Dos eran altos y fornidos. El tercero tenía sus manos sobre las rodillas, como meditando. Finalmente, uno habló: -Partiremos con el alba. El Señor debe desear que lleguemos con su encargo cuanto antes.- El otro forastero alto lo miró a través del hueco de su capa, moviendo la cabeza de acuerdo. Luego, ambos observaron a su compañero, que aún se mostraba en la misma pose, con sus manos sobre las rodillas. Éste no habló, ni dio señal de asentimiento. Los altos se miraron nuevamente. El silencio volvió a reinar.

La brisa era suave y cálida. El guerrero se detuvo a tomar agua, y darle de beber a sus animales. Su fiel can y su caballo lo miraron agradecidos. Habían recorrido un gran trayecto sin descanso. Miró las estrellas y calculó la hora. Pronto amanecería, y sería mejor dormir un poco antes de continuar. Seguramente a quienes perseguía aún dormían, confiados de que nadie les seguía el paso. Los había alcanzado lo suficiente como para sorprenderlos al día siguiente por la noche. Dirigió su mano al bolsillo del pantalón. Aún guardaba allí la foto arrugada.

La noche llegaba a su término, dos de los viajeros dormían, mientras que el tercero permanecía viendo los vestigios del fuego, repasando los hechos que acontecieron en esos últimos días. Su conversación con el Señor, la partida hacia el este para concretar la misión que le salvaría la vida. La compañía de los Demonios; la llegada al antiguo hogar, el enfrentamiento de sus recuerdos, ver a su antiguo maestre. Todo junto. Sus manos apretaban sus rodillas al recordar la escena. Ironías de la vida. Las imágenes se agolpaban en su cabeza, como un caos inminente luego de la calma. Las fotografías viejas, la mirada ciega del anciano, las negativas, los gritos mudos, la tortura de los demonios. La mutilación del cuerpo y alma de Alexander. Sus manos apretaban con furia sus rodillas al recordar al anciano soportar con valentía la mutilación con tal de no ceder al enemigo. Aún cuando su cuerpo estaba siendo dañado, sus manos cortadas, sus pies clavados, su rostro sangrando, el viejo no reveló el escondite. Sus uñas se clavaban lastimando su pierna. El momento culminante, las palabras el anciano al borde de la muerte: "Hemer, nunca te juzgué... Y no lo haré hoy tampoco. Tu fuiste siempre el creador de tu destino, y así crearás tu propio final". La espada colgaba de su cintura aún manchada con la sangre de Alexander. Con furia había atravesado al anciano dando fin a su existencia. Había encontrado el libro luego de revisar la casa, escondido en aquella puerta secreta que de chico siempre los había intrigado. "Predecible", pensó en su momento. Ahora todo parecía ambiguo. Sin embargo, no había arrepentimiento en sus meditaciones. Sabía que pronto llegaría al momento que realmente estaba esperando, el enfrentamiento con Esteban. En algún momento su antiguo amigo no podría huir más y tendría que enfrentarse con él.
Finalmente llegó la mañana, y despertaron los demonios. Sus nombres eran Moul y Alako. Encontraron a su compañero en la misma posición en que lo habían dejado al irse a dormir: sentado frente a la fogata ya consumida, con las manos en sus rodillas. Se levantaron y desayunaron, sin hacer comentarios. Una hora más tarde partieron hacia el oeste.

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