el Viento y el Dragón


El dragón se elevó imponente sobre las nubes. Se detuvo un instante y lanzó un gruñido que estremeció las montañas kilómetros a sus pies. Ese alarido atrajo a la Dama del Viento: “¿por qué gritas de esa manera?”, le preguntó, a lo cual el Dragón blanco respondió: “Porque soy el Dragón más poderoso, dueño de los cielos... Y nadie puede impedirme que haga lo que se me plazca”. Y así nuevamente lanzó por sus fauces un fuerte sonido desafiando a la bella Dama. Ella, entre la lástima y la compasión que le inspiraba aquella criatura, tomó una decisión, le dijo: “Lamento hacerte esto, pero he de darte una lección” y detuvo la brisa que sostenía al inmenso Dragón, que cayó velozmente a la tierra, batiendo sus alas furiosamente sin que éstas le sirvieran de nada... El viento le había dado la espalda.

el Viento y el Dragón

29.3.08

Capitulo III (Parte 5)

Algo más de tres meses habían pasado desde que Esteban abandonara la Luna hacia su tierra natal. Entre tanto, en el castillo las cosas tomaron un rumbo cotidiano: Nomi veía crecer a su hija con pasión, y junto con Cielo, le iban enseñando las maravillas del la vida y los mundos que le tocaban conocer. Ismael tomó el lugar de Esteban en el comando de las tropas, pero evitó alejarse de su mujer y su hija por más de algunos días. No soportaba separarse de su pequeña sabiendo que en un tiempo no muy lejano, debería dejarla partir por mucho, quizás demasiado, tiempo. Gracias a los esfuerzos de los guerreros, la Luna terrestre se mantenía en paz, y cada día llegaban mejores noticias sobre la guerra. El enemigo se debilitaba, los guerreros se mantenían vivos. Sin embargo, algo inquietaba a Cielo. Presentimientos. Sus plegarias de respuestas fueron respondidas una noche, mientras Nojami e Ismael llevaban a su pequeña niña de ya un año y medio a dormir.
Luna apareció en el portal del salón, su mirada era inquieta y quizás asustada. Cielo le preguntó que sucedía,
-Mi querida Dama, Cielo... Hay un mensajero aquí. Dice venir de parte de la Dama del Destino... Algo me dice que su mensaje no son buenas noticias.- Luna movía su cola nerviosamente. Cielo le indicó que hiciera pasar al mensajero. Un ser alto ingresó a la estancia. Su color cobrizo y sus ojos verdes indicaban la lejanía de procedencia. Parecido a los humanos, pero más alto y fuerte, su presencia imponía respeto, aún para la Dama. El mensajero se inclinó en una reverencia a Cielo, se presentó como Haned y pasó rápidamente a comunicarle los motivos de su visita; Luna procedía a retirarse cuando la Dama le indicó que se quedara. Haned continuó,
-La majestuosa Dama del Destino me ha impuesto la misión de traerle un mensaje urgente, he aquí sus palabras -y de un bolso que traía sacó un pequeño tablero de madera. Símbolos extraños se agrupaban de manera sistemática, alrededor de una espiral que terminaba en el centro de la tabla con una estrella. De ese mismo centro surgió una luz blanquiceleste y una voz melodiosa y firme habló: "Dama de Luna, los mazos de mis cartas me han revelado infortunios que pueden traer severos problemas al equilibrio del universo. El séptimo guardián ha muerto, y el Libro del Cambio se encuentra en manos imprudentes. Su muerte ha sido planeada por un enemigo antiguo, y muestra el deseo de reunir los restantes ocho libros. Lamento saber que otro de ellos lo estará pronto en su poder, si no lo está ya, dado que fue dado a custodiarse por el ahora enemigo del equilibrio. Debemos advertir a los guardianes y poner a salvo a los siete que quedan. Una vez que estemos seguras de que no podrán obtenerlos, podremos pensar cómo lograr que los dos capturados: el Libro "Rojo" de las pasiones y el Libro Violeta, no sean usados inescrupulosamente..."
La voz calló, y se apagó la luz del tablero. Cielo estaba pensativa. Luna mostraba alevosamente su sorpresa. Haned aguardó las palabras de la Dama de la Luna.
-Comprendo, gracias por traer el mensaje. Puedes pedir lo que deseéis y descansar aquí antes de volver a tu hogar.- El mensajero hizo una reverencia y se dirigió a la puerta del salón, dónde Anabell lo esperaba para llevarlo a una habitación. Cielo miró a Luna, que seguía mostrando su sorpresa, finalmente recuperó su habla,
-¿Qué ha sido eso, mi Dama?¿El Séptimo Guardián ha caído?¿A quién se refiere?- Luna iba a continuar haciendo preguntas, hasta que Cielo le indicó con un gesto que callara.
-De a una podré responderte, Luna. Lo que has oído es un mensaje urgente de Destino, problemas se avecinan...- Luna la miró intrigada- Con respecto al Séptimo guardián, se refiere a alguien a quién tú conoces de nombre, aunque sea: Alexander. -Si era posible, el felino aumentó su expresión de desorientación, aquello era algo que no hubiese imaginado. Al ver el desconcierto de Luna, la Dama continuó explicando- Alexander era uno de los últimos grandes guerreros originarios de las Montañas Azules, si no el único de casta pura que había quedado. Hace miles de años, a su pueblo, reconocidos guerreros y fieles a las Líneas del Universo, se le concedió las custodia del Libro del Cambio, el Libro Violeta, Amatista, como quieras llamarlo. Antes que lo preguntes, Esteban no conocía este hecho... Hace muchos años ya, los guerreros juraron jamás revelar la ubicación del Libro, aunque se creía que lo habían escondido en las Montañas, al cuidado de las Voces. Alexander, al ver que sus tierras eran cada vez más inseguras, y a extraños requisando la montaña, había cambiado el escondite del Libro, siendo él el único puro que había quedado y por ende, el guardián último. Ahora que ha muerto, se han apoderado del Libro...- Luna la interrumpió, verdaderamente no entendía nada de lo que estaba sucediendo, interpeló a la Dama,
-Cielo, aguarda, por favor... ¿Cómo es eso de los Libros, del Libro del Cambio? ¿Acaso te refieres a los místicos libros que conforman el Supremo? Creí que los habían destruido hace cientos de años, luego... Luego de que los utilizaron para obtener la inmortalidad- Cielo prosiguió
-Eso pensaron muchos, pero en realidad nosotras, las Damas, no podíamos desentendernos de los nueve libros, del Supremo. Hicimos lo mejor que creímos: darlo en custodia a diferentes pueblos, de iguales poderes, para que no pudieran arrebatarse entre sí tan fácilmente. Pero no pensábamos que esto ocurriría a tal punto que realmente alguien consiga juntarlos para su propio beneficio... Sólo los más allegados a los guardianes aún conocían la existencia de Los Nueve, y nadie más... Los guardianes entre ellos desconocen quién posee los otros. Pero, sin embargo, alguien ha decidido averiguarlo. Por lo que ha dicho la Dama, creo saber quién...
Sin saber qué decir, el felino aguardó callada, meditando. Los Nueve seguían existiendo. A pesar del peligro que aquellos misteriosos libros, creados luego del nacimiento del Universo, cofres de poder y sabiduría de toda la existencia. Cada libro, cada pagina daba a su poseedor y ejecutor el poder de dominar un sector del espacio. Finalmente, los Nueve juntos daban forma al Supremo, el libro que dominaba y daba la posibilidad de manejar todos los elementos del universo, de crear y destruir todo lo que en él se encuentra. Luna hizo una última pregunta a Cielo -Dime, Cielo... ¿Por qué no destruyeron los libros luego de..?- Cielo terminó la pregunta por ella.
-¿Luego de usarlo para elegir la inmortalidad? No lo sé, Luna. Realmente no lo sé. En ese momento apenas había ingresado a la orden de las Damas. Quizás fue un error. Quizás no. No tenemos poder de saberlo, aunque usando el Libro del Cambio quizás si... Ironías, ¿no?- La Dama calló. Se miraron a los ojos, y Luna comprendió que Cielo estaba preocupada. Ahora ya no importaba que hubiese sido mejor. Tenían que plantear los hechos y encontrar una solución. -Debemos advertir a los demás guardianes. Esa será tu nueva misión, Luna. Sí, tú irás en búsqueda de los que aún protegen los demás Libros: de la Creación, de las Ilusiones, del Olvido, de los Elementos, el Equilibrio, la Destrucción, y el Destino. Nuestro enemigo ha obtenido el Libro del Cambio y seguramente tendrá en sus manos pronto el Libro de las Pasiones. Esos están perdidos por ahora, no vale la pena intentar arrebatárselos. No podrá usar el Libro Violeta. Pero no lo sabe aún. De eso hablaremos después. Necesito que busquéis a Artemis y le digas que habréis de hacer. No perdamos tiempo... No sabemos cuanto nos queda.

Cielo miró hacia las planicies de la Luna, preocupada... Un destello prácticamente imperceptible de una estrella lejana le indicó a la Dama del Destino que su mensaje había sido recibido.

17.3.08

La sombra del oeste

Su mirada atravesó el horizonte. El Sol se ocultaba a lo lejos, cerca de las montañas, su destino estaba detrás de ellas.
Todo había cambiado desde la última vez que abandonó ese lugar. Ahora era un hombre diferente, curtido por la espada y el escudo, dedicado a servir a su propio instinto a favor de su concepción del bien. Era joven, con su cutis color ocre dorado por el sol durante sus largas cabalgatas, su mano firme para sostener el peso de la espada que colgaba en su cintura esbelta y sus ojos de águila color verde como el musgo del lago. Alto, y vestido con lo necesario para soportar su viaje, caminaba por el prado mientras que su amigo equino disfrutaba del pasto fresco. Sus pensamientos se mezclaban entre recuerdos tristes, alegres, olvidados. Su infancia en aquel paraje fue única y decisiva en su vida. Su destino quedó marcado por los sucesos que acontecieron en esos valles oscuros de las montañas azules, como las llamaban los lugareños. Allí se habían luchado batallas escalofriantes, en buscas de tesoros guardados en antaño dentro de las montañas. Y él había vivido esas batallas de niño, y en ellas perdió a su familia. Desde entonces vivió con su tío abuelo, un perspicaz anciano que le solía repetir un pensamiento que quedó grabado en su mente: "Como estas montañas, hay fortaleza dentro de todos nosotros, el problema que casi siempre lo olvidamos..." No sabía que esa frase tan trivial para algunos, le ayudaría en los peores momentos de su vida.
Al final terminó partiendo de su hogar, hacia el este, donde los grandes caballeros luchaban. Allí quería estar él, luchando por lo que creía, o quería creer.

Llegó a una pequeña aldea, y sus ojos recorrieron el panorama no siempre desconocido. Entre las ventanas entreveía como los pueblerinos notaban su presencia, y lo vigilaban en cada paso que daba. Los forasteros no eran confiables desde que el terror se había instalado en sus vidas, cuando una nube de miedo y locura invadió sus corazones soñadores de grandes señoríos. La paz era un estado ya extraño y con significado ambiguo. ¿Acaso cómo desear algo que se escapa continuamente de las manos?¿cómo no desearlo? ¿Por qué debían de resignarse, en vez de luchar por algo que les pertenecía por derecho? El guerrero no lo entendía. Jamás lograría entender la cobardía.
La prudencia se notaba en el aire. Buscó una cantina donde saciar su sed. Al final de la calle vio un lugar llamado "Toevluchtsoord", dejó a su fiel corcel amarrado y le ordenó a su perro compañero que aguardara junto al caballo. Al entrar vio como todas las personas lo miraban de reojo. La taberna estaba algo oscura, las ventanas cerradas, y una mezcla de humo y vapor se olfateaba en el aire. Se sentó en la barra, y llamo al cantinero. El hombre era alto y fornido, su rostro daba muestra de conocer sobre la vida, con un tono prudente y seguro le preguntó al guerrero en que podía ayudarlo.
-Necesito un lugar donde quedarme por unos días. Vengo de un largo viaje y mis animales y yo tenemos sed. Le pagaré bien si puede darme un cuarto caliente y un establo para mi corcel.- El cantinero lo miró agudamente.
-Y... ¿se puede saber de dónde es que viene, forastero?- Su voz era gruesa, pero no vulgar. Denotaba inteligencia y rapidez de pensamiento. -
-Ha llegado del Este, mi hijo lo ha visto venir de las montañas.- Dijo un viejo sentado al final de la barra, mirando de reojo al guerrero. El tabernero quedó pensativo.
-Es cierto, y no pensaba negarlo. Vengo de más allá de las cuevas de las montañas azules, donde por días y noches he estado cabalgando en busca de algún refugio donde poder descansar antes de continuar. Las noches bajo las estrellas tienen su encanto, pero no hay nada como cobijarse frente a un hogar una noche fría.
-Yo no sería tan altanero de hablar así en un pueblo extraño. Aquí los forasteros no son bien recibidos, siempre terminan trayendo miserias tras de si..- Agregó una mujer robusta y mañera sentada en una mesa.
-Disculpe señora mía, pero no he hablado con altanería, sólo he dado una respuesta a sus preguntas. Si no deseáis forasteros, cerrar el pueblo dentro de cuatro murallas. Yo no he venido con ningún mal designio para ustedes, y no pretendo traer males a quienes me ayudan- Dijo el guerrero mirando al cantinero nuevamente. Éste dudó un instante, pero finalmente le respondió que un cuarto estaba libre, y podía dejar a su caballo en el patio trasero.-Muchas gracias señor, no olvidaré este favor que me está haciendo.
-¿Quiere algo de tomar?- le preguntó el cantinero. -Puede llamarme Hunco.
-Hunco. Quisiera un vaso de gina.- dijo en tranquilamente el guerrero. El cantinero lo miró con una expresión extraña, que en una milésima de segundo disimuló.
-Gina, eh? Aquí tiene.- Le sirvió un vasillo de una bebida oscura color azulada, con un aroma suave. Su sabor es difícil de explicar; hecha con un fruto oriundo del lugar, la gina era una bebida poco tomada, dado que su sabor era fuertemente amargo, pero sin embargo, luego dejaba una sensación dulce en el paladar. Su nivel de alcohol era el suficiente como para que no cualquiera se animara a tomarlo. Por lo general no era conocida por extranjeros, lo que llamo la atención del cantinero. Le indicó por donde entrar al corcel a las caballerizas y volvió a sus tareas. El joven guerrero le agradeció, y luego le preguntó por un anciano, excusando que debía verlo de parte de un viejo amigo. Hunco le comunicó como llegar a su hogar y cuando el joven guerrero partió en su búsqueda, la expresión del cantinero era de suma extrañeza.
Al llegar a final de la calle, dobló y siguió las instrucciones para llegar a la casa buscada. Golpeó sus nudillos contra la puerta de madera y aguardó a que lo recibieran. Un anciano apareció en el portal, sus ojos estaban cerrados -¿Quién anda allí?- El guerrero se quedó rígido, no esperaba que su anfitrión estuviera devastado terriblemente por la edad. Buscó su voz en sus entrañas, cuando el viejo comenzó a arrimar la puerta.
-Necesito hablar con usted, señor. Mi nombre se lo diré una vez estemos ambos resguardados de oídos externos.- La expresión del dueño de la casa no dejaba entrever las diferentes emociones que el reconocimiento de la voz le había provocado. La casa era pequeña, y contaba con una habitación que oficiaba de cocina, sala de estar y comedor, se veían dos puertas, una seguramente para el baño y la otra sería el cuarto del señor. Una puerta trampa en el techo bien escondida llevaba a una habitación desconocida para cualquier ajeno a la casa. El anciano le indicó a su invitado que tomara asiento, y al estar acomodados, tomó la palabra,
-Ha pasado mucho tiempo desde que cruzasteis esa misma puerta que hoy has tocado.- El viejo tenía su cabeza levantada enfrentando al joven guerrero. Su ceguera parecía tener vario tiempo ya, dado a la naturalidad con que se manejaba y la seguridad de sus movimientos. El visitante bajó los ojos al suelo para responder, aun estando ciego, no podía mantener la mirada al anciano.
-Mucho tiempo, demasiado, tal vez. Y habría pasado más si no fuera porque ha habido sucesos que me ponen en situaciones complicadas... Alexander.- Le costó pronunciar el nombre. Alexander escuchaba con atención sus palabras, y sorprendiendo al guerrero, lágrimas asomaron a sus ojos.
-Muchacho... Esteban.- suspiró- Veo que os acordasteis de tu maestro en momentos de angustia. Sin embargo...
-Sin embargo, al que he venido a ver es a mi tío, no al maestro. Necesito tu consejo, pero como única familia que eres. No son cuestiones de batalla las que me trajeron hasta estos páramos. Ha sido el dolor en el alma lo que me pone obstáculos en mi camino, y necesito consejo.- La cara del viejo tío mostraba cariño, quizás el año lo habían ablandado, pero era una realidad que allí estaba, su sobrino, en sus últimos momento, alguien había escuchado su silenciosa plegaria y lo había llevado hasta allí, aunque aquello significase ponerle obstáculo en el camino. Esteban aguardaba la palabra de su tío, mientras recorría por la mirada la sala. Varias cosas ya no estaban, y otras ocupaban su lugar. A pesar de eso, allí reconoció algunas imágenes viejas, fotografías que mostraban a un joven guerrero, enseñando a un pequeño a utilizar un escudo. No pudo evitar sonreír. Su infancia había transcurrido en ese pueblo. Allí había entrenado, en sus bosques limítrofes. A penas olvidaba aquella casa, dado que luego de la muerte de sus padres, se había trasladado allí. Luego partió del pueblo, junto con Hemer, a buscar experiencias reales de batallas.
El silencio de su tío lo volvió a la realidad. Debía ponerlo al tanto de los motivos que lo habían llevado al regreso. Así comenzó su historia. Desde que la Dama de la Luna lo hubiera convocado para dirigir una de sus tropas, hasta la misión de la Kahina. Cómo fue que se había distanciado de su amigo de la infancia, los rumores de que Hemer había jurado lealtad al enemigo, su confirmación al verse perseguido por él. El enfrentamiento de la caverna. Finalmente llegó a la charla con los felinos. Cuando hubo terminado, habían pasado varias horas. Su tío le invitó a quedarse,
-Lo siento Alexander, pero no podré. Nadie sabe aquí, más que tú, que me encuentro en el pueblo. Nadie me ha reconocido y no pretendo que se enteren. Es mejor que esto sea un secreto. Volveré mañana, temprano y podremos continuar nuestra charla.- Su tío asintió y lo dejo partir. Se sentía orgulloso del guerrero que era su sobrino y así se lo comunicó. Esteban volvió a la taberna sin ser visto. Allí Hunco hablaba con unos clientes. Al verlo llegar, el tabernero se disculpó y se acerco a él. -Dígame, señor mío ¿Qué desea hablar conmigo?- Hunco le indicó que subieran a la habitación que le había otorgado al guerrero. Una vez allí, cerró la puerta.
-Mira muchacho... No sabré quizás nunca quién eres si tú no quieres decírmelo. Pero sé reconocer a quienes son oriundos de esta zona, y por más que mis ojos no te reconocen, sé que tu piel ha florecido en estas montañas. -Esteban se quedó callado, meditaba si debía confiar en ese extraño o no. Quizás sería bueno tener alguien de confianza además de su tío.- Sólo os diré una cosa: la gente esta tarde te ha seguido de cerca. Nadie confía en nadie ya. El miedo paraliza al pueblo y los últimos forasteros sólo trajeron desgracias. Ya han destruido con sus demonios la vitalidad que representaba a nuestra gente. Pero algo me dice que tú no habréis venido por la destrucción, sino para nuestra ayuda. Sé a quién habréis ido a ver hoy, Alexander es uno de los pocos que aún se resiste a dejarse vencer. Si eres amigo suyo, eres el mío.- La extraña confesión del tabernero puso en guardia a Esteban. Conocía el carácter de los lugareños, y temía cometer una imprudencia. Con lentitud escogió sus palabras.
-Querido señor mío. Le agradezco su confianza. Alexander es un buen amigo mio y me alegra saber que tiene quién lo apoye. Os digo una cosa simplemente, mi paso por estas tierras es parte de una misión personal, una búsqueda. Confiaré una verdad, he nacido en estas tierras, he corrido por sus bosques. Y por ello me gustaría volver a ver a este pueblo vivir en paz. Haré lo que esté a mi alcance para que así sea.- El tabernero le observó complacido. Saludando a Esteban, se retiró de la habitación. Esteban se dedicó a meditar hasta que finalmente el cansancio lo venció y se recosto en la cama, junto a su fiel can.
A la mañana siguiente se dirigió nuevamente a la casa de su tío. Allí hablaron largamente, y éste le confirmó que Hunco era un hombre de confianza. El tabernero era la única persona en el pueblo que lo ayudaba siempre que necesitara algo. Dejando más tranquilo a Esteban, le contó los terrores que habían azotado al pueblo. Cientos de demonios malignos habíanlos atacado continuamente. Ahora nadie confiaba en aquellos que llegaban de lejos. Al mediodía almorzaron y luego se dirigieron al bosque al pie de la montaña. Por sus caminos, Esteban le describió sus inquietudes sobre qué sería de él al momento de enfrentarse al que fue como un hermano. Su tío seriamente pensaba cada palabra que el guerrero le contaba,
-Esteban, al ser convocado por la Dama Cielo, no habréis sido más que un leal guerrero en acudir. Hubiera sido una deshonra haber rechazado tu destino para el cual te habréis entrenado desde tu infancia. Hemer tendría que haberlo entendido. Pero si la envidia pudo más que su amor por ti, creo que habéis hecho bien en continuar solo. Veo que tu corazón sigue siendo tan puro como cuando eras un niño pequeño. Pero, mi muchacho, lamento decirte que ya habréis crecido y debéis enfrentarte con tu realidad. Hemer no es más tu amigo, lo ha dejado de ser en el mismo instante en que prefirió su amor propio a su mejor amigo. Escucha el mensaje de las montañas sagradas, sus espíritus te mostrarán que tengo razón. No dudéis al enfrentarte a él. Su arrepentimiento está lejos de mostrarle sus errores. Si él está dispuesto a levantar su espada contra la tuya, tú debéis interponer tu escudo. -Esteban estaba a punto de interrumpirlo, pero Alexander continuó- No intentéis interrumpirme, me he vuelto viejo y ciego, pero no tonto. Sé que seguramente tú no queréis matar al que te acompañó tantas noches y en tantas aventuras, pero Esteban, debéis entender que ya no está en juego tu propia vida, o la de Hemer. Piensa que mientras tú tratas de mantenerlo vivo esperando una excusa de su parte, él mata con el sólo objetivo de apoderarse de tu cabeza.- Esteban meditó esas palabras. Elevó su mirada hacia lo alto de las montañas, las nubes coronaban las cumbres.
-Los espíritus de la montaña. Pensé que eran cuentos para asustarnos.- Esteban miró a su tío que sonreía.
-A muchos niños les asusta lo que la sinceridad puede mostrarles. Los espíritus de la montaña son fuente de sabiduría y respuestas. Eso has venido a buscar, ¿no es cierto? Ellos podrían dártelas todas. Pero debes aprender a escuchar.- El guerrero y el anciano emprendieron al vuelta al pueblo. Esteban se quedó en la taberna mientras Alexander tomó un camino a parte para volver a su casa.

Así transcurrieron los días, y cada charla con Alexander ayudaba a Esteban a tomar una decisión. Varias veces había llegado a lo alto de la montaña en búsqueda de las voces sagradas. Una noche mientras comía, el guerrero pensó en la charla de ese día. También pensó en Cielo, en la hechicera y en Ismael. En la niña que debería haber crecido bastante seguramente. El viaje había sido tan largo. Por seguridad había tomado caminos antiguos, sin usar la magia de la Luna para trasladarse. Además eso hubiera llamado demasiado la atención de los lugareños. Eran un pueblo de guerreros, la lealtad para ellos venía de mano de un escudo, no de un báculo. Respetaban la magia de las Damas, pero no la utilizaban si podían evitarlo. Su orgullo estaba en poder empuñar una hoja afilada, no en hechizos. Serían prácticamente tres meses desde que se había alejado de la Luna terrestre y ya deseaba volver, aunque lamentaría alejarse de su tío. La gente del pueblo ya no le temía, pero evitaba tener mucho contacto con él. No había dejado entrever que era un lugareño más. Únicamente Hunco lo trataba como tal. Una hora después se acostó, mas no pudo dormir plácidamente. Algo lo inquietaba.
Sus temores se hicieron carne al día siguiente, cuando al bajar a la taberna, Hunco no se encontraba. En su lugar, su hija atendía a los clientes matutinos. Le preguntó por el padre y ella únicamente atinó a dirigirle una mirada triste. Esteban salió a la calle, y se encaminó a la casa de Alexander. Al llegar, vio a Hunco en la puerta. Su rostro era pálido y temblaba notablemente. Corrió hacia él y al verlo acercarse, el tabernero le dirigió una mirada sombría.
-Es tarde.- Le dijo. Esas palabras no tenían un sustento para Esteban, así que le exigió una explicación; Hunco sostenía la puerta de calle con una mano. Esteban comenzó a desesperarse, temía que algo hubiese pasado, el tabernero le disipó sus dudas.- Lo han matado.- El guerrero permaneció clavado en la calle, mirando al vacío. Era imposible. ¿Quién? Exigió que lo dejara pasar, y como el hombre se resistía desconfiando por primera vez de su visitante, lo empujó y entró.
La habitación había sido destrozada, y al fondo de la sala, yacía el cuerpo inerte de Alexander, mutilado y clavado en la pared. Esteban se horrorizó ante aquella espantosa escena, la sangre formaba un charco debajo de su tío. Sintió la mirada fría de Hunco a sus espaldas. Se dio vuelta para enfrentarlo. Notó que el hombre lo miraba con rencor. - ¿Sabéis quién lo ha hecho?- Le preguntó a Hunco.
-Eran seres malignos. En el pueblo corre la noticia de que venían en busca suya, señor, y al no encontrar a su víctima, lo mataron a él.- El rencor hacía más gruesa aún la voz del hombre. Esteban notó que le echaba la culpa, y en parte tenía razón. Se acercó al cuerpo de su tío. Cerca, en el piso, roto su marco en pedazos se encontraba una fotografía manchada de sangre. En ella se veían dos niños peleando y riendo mientras sus pequeñas espadas chocaban en un juego inocente: Él y Hemer. Entonces un sentimiento comenzó a tomar cuerpo en el suyo propio. Hunco aún lo observaba cauteloso. Esteban volvió a enfrentarlo, con la imagen aún en sus manos, arrugándola.
-Era mi tío. Mi nombre es Esteban, y Alexander era mi tío abuelo, era...- su voz se quebró, Hunco lo miraba sorprendido- era como un padre para mí. He venido desde lejos, desde la lejana Luna de la Dama en búsqueda de una respuesta. -alzó la vista encontrándose sus ojos y los del tabernero que lo miraba con sorpresa y entendimiento- Ahora.. La he encontrado. Y quizás ha sido mi mismo problema el que me la ha proporcionado. Debo irme de inmediato. Buscaré a quién ha hecho esto y tomaré la sangre que ellos le arrebataron a mi tío. Han lanzado un desafío, y por el honor propio y de Alexander, he de responderles. Os suplico, querido señor que me habéis acobijado en su casa y dado su amistad que le deis un funeral apropiado al hombre que me ha educado y enseñado a vivir. Ahora he de partir, antes que sea demasiado tarde.
Hunco le dio su palabra de que cumpliría con lo pedido y dándole toda la información que poseía de los que habían asesinado a Alexander, lo vio partir hacia la taberna. Esteban tomó su espada, ensillo su caballo, y con su can tomó la dirección que Hunco le había indicado.
Su futuro tenía ahora una meta. Hemer había sellado su destino al asesinar a Alexander. Ahora Esteban se tomaría su venganza. Su amigo de la infancia había cedido su lugar a un ser miserable que no merecería su perdón. La espada del guerrero no descansaría hasta cobrar sangre por sangre. Cabalgó hacia el Oeste, en búsqueda de su adversario, con una Luna alumbrándolo juró a su tío que jamás se daría por vencido y lucharía por terminar con esa guerra que azotaba a su pueblo, a todos los pueblos, hasta el último instante de su vida.

16.3.08

Capitulo III (Parte 4)

Mientras la Dama hablaba con una de las doncellas del castillo, Esteban se acercó a ella. Esperó a que terminara de hablar con la niña antes de dirigirle la palabra. Cielo lo miraba interrogante, Esteban daba muchas vueltas para decirle algo concreto, y aquello no le agradaba.
-¿Por que no me decís directamente que te preocupa, Esteban? ¿Desde cuándo sois amante de las vueltas?- Esteban se sonrojó. La Dama no pudo evitar sonreír. Su joven guerrero no era más que un muchacho comenzando su madurez. Aunque sus años contaran más de lo que un humano tomaría por juventud. La raza de aquellos guerreros era única y longeva. Sus años pasaban con lentitud permitiendo que adquieran grandes habilidades de lucha para cuando tuvieran la edad suficiente para pelear. Esteban era parte de una casta milenaria de guerreros audaces, y su sueño se había realizado cuando la Dama lo congregó para unirse a sus tropas. Ahora, sin embargo, necesitaba consejo externo sobre la dominación de su ser. Y para ello necesitaba volver a su viejo hogar, donde su gente, principalmente alguien en particular, podría aconsejarlo.
-Lo siento, es que debo pedirle un favor mi señora. Supongo que sabréis la conversación que he tenido con Artemis y Luna...-
-Algo, sí. Ellos me comentaron que estaban preocupados por ti...- Esteban bajó su mirada al suelo. -Si necesitáis algo, pídemelo. Pero mírame a los ojos, Esteban.- En el acto, el guerrero obedeció.
-Cielo, necesito partir a mi pueblo. Necesito ir a buscar algo...- La Dama se rió, dejando sorprendido a Esteban.
-Esteban, si deseas ir en busca de Alexander, llamalo aunque sea por su nombre. No creo que le guste que lo menciones como "algo"- Esteban se había sonrojado aún más. No esperaba que Cielo reaccionara tan apaciblemente. Sin embargo, por un lado se sentía tranquilo mientras que no tuviera que admitir que era lo que lo llevara en búsqueda de su viejo maestro. Aquel que le había enseñado el arte de la guerra. Su mesías íntimo, no había en el universo ser que conociera mejor a Esteban que Alexander, su tío. Volvería a las montañas azules, donde años atrás había vivido su niñez. Volvería al pueblo escondido del terror que avanzaba cada día más. Dudaba con lo que se encontraría una vez allí, pero sabía a la perfección que si necesitaba encontrar respuestas, solo su tío sabría dárselas.
Cielo le indicó que fuera sin dudas. Notaba en su alma una inquietud que dejaba al guerrero quieto en el camino. Deseaba poder ayudarlo, mas sabía que no estaba en sus manos las palabras o acciones que pudieran poner en movimiento las ideas del joven. Prefirió no incurrir en los motivos que lo llevaban al regreso a las montañas azules, aunque podría sospechar algo por las charlas con los dos felinos. A pesar de todo, su mente en estos momento no podía alejarse de la niña y sus padres. Decidió que Ismael, si aceptaba, podría reemplazar a Esteban en su ausencia, y así se lo comunicó, quedando éste conforme. Mientras, Nojami debería dedicarse a cuidar de la niña. Las semanas pasaban, y la pequeña crecía. Si se descuidaban del tiempo, antes de que se dieran cuenta, habrían pasado los tres años que separaban el inicio del entrenamiento de la corta infancia de la que disfrutaría Jakiru. Advirtió a Esteban de que tuviera cuidado y le dio su protección. Quedaron que en dos días el guerrero partiría.

Los dos días pasaron con intensidad poco habitual. La Dama, Nomi e Ismael se encontraban en el jardín para despedir a Esteban. Le desearon suerte y le aseguraron que podría encontrar sus respuestas y volver pronto con ellos. Esteban sonreía a esas palabras tan típica de esas ocasiones, pero no por eso menos reconfortantes. Finalmente se despidieron. Artemis y Luna lo habían saludado y dado sus buenos deseos temprano, antes de salir en una misión. Nadie pensó que pasaría algún tiempo hasta que lograra volver.