el Viento y el Dragón


El dragón se elevó imponente sobre las nubes. Se detuvo un instante y lanzó un gruñido que estremeció las montañas kilómetros a sus pies. Ese alarido atrajo a la Dama del Viento: “¿por qué gritas de esa manera?”, le preguntó, a lo cual el Dragón blanco respondió: “Porque soy el Dragón más poderoso, dueño de los cielos... Y nadie puede impedirme que haga lo que se me plazca”. Y así nuevamente lanzó por sus fauces un fuerte sonido desafiando a la bella Dama. Ella, entre la lástima y la compasión que le inspiraba aquella criatura, tomó una decisión, le dijo: “Lamento hacerte esto, pero he de darte una lección” y detuvo la brisa que sostenía al inmenso Dragón, que cayó velozmente a la tierra, batiendo sus alas furiosamente sin que éstas le sirvieran de nada... El viento le había dado la espalda.

el Viento y el Dragón

19.9.07

Capitulo I (Parte 4)

Esteban los llamó, y les indicó que comiesen algo antes de volver a partir, estaba nervioso, se notaba en su mirada, y no deseaba tentar a las bestias para que cayeran sobre ellos en emboscada. Joven pero audaz, aún así no quería arriesgarse, sabía que iba detrás de ellos. Hacía tiempo se había enfrentado a los cazadores de Camil, en una batalla en horizontes lejanos. No les temía a los cazadores mismos, sino al amo que los guiaba esta vez. Conocía perfectamente a aquel ser oscuro que los perseguía únicamente para impartir el juicio de la injusticia. Hemer era su nombre, y fue también su amigo. Los caminos de la vida los habían puesto a prueba, y cada uno eligió. Hemer nunca perdonó a Esteban por no preferir estar junto a él, antes de servir a la Luna, y aún no lo había olvidado. Su rabia era sentida por el joven guerrero a lo lejos, y por eso deseaba partir lo antes posible, deseaba postergar ese encuentro hasta que fuera realmente necesario, y sobre todo debía proteger a la familia, era consciente que ellos solos contra una manada de Camils era una batalla perdida.
Ismael apoyó la mano en su hombro, para darle fortaleza, ambos hombres se conocían desde hacía tiempo, juntas sus espadas vencieron males antiguos. Ellos no conocían el temor a la muerte, pero toda precaución era poca, nunca confundieron la temeridad con la racionalidad. El objetivo principal era llegar a la caverna, y poner a salvo a la jovencita que dormía en los brazos de su madre, que los miraba con sus ojos negros y profundos.
Ambos le sonrieron, Nojami era una delicia para los ojos y los corazones afligidos, su energía manaba de su ser con una intensidad insólita esa noche en que el peligro les pisaba la pista, pero ella se mantenía firme, su promesa se lo requería, aquella misma que dos años atrás le había hecho a Cielo. Mientras los guerreros volvían a cargar a los caballos para continuar la travesía, su mente se alejó, y llegó a una cueva, escondida tras una pequeña cascada en el lejano oriente. Allí Cielo los había llevado para conversar tranquilos y a resguardo de espías.
-No recuerdo cuando fue la última vez que estuvimos reunidas...- Su voz sonaba melancólica y con algunos rastros de reproches.
-Quizás 4 años, o un poco menos... Las cosas no han sido fáciles para mí desde entonces. Todo se ha complicado enormemente, diría. Y ahora que te veo, una esperanza vuelve a nacer en mi alma entristecida por los acontecimientos infortunios que han nublado mi espíritu todos estos años.
-Cielo, no hables así. No sé que males pueden suceder en el universo, pero nunca tu espíritu debe nublarse, tu eres la única que puede hacer algo para que los presagios de Destino lleguen a un buen puerto...
-No mi amada Nomi, las cosas no son ya de ese modo. El mal ha crecido, mi energía se ve reducida, y no hay manera en que sola pueda seguir luchando por cientos de milenios más.
-¿Entonces, eso qué significa Señora mía?- Por primera vez Ismael se había atrevido a dirigirse a la Dama, que con su temple calma le tranquilizaba el alma, pero en los ojos de aquella mujer, si es que podía llamarse así a tal maravilloso ser, podía apreciar que los poderes y los secretos de cientos de galaxias estaban en su interior. La Dama de la Luna: Cielo, era su nombre. Hasta ese momento era lo único que su esposa atinó a explicarle durante el trayecto a la cueva.
-Ismael, podéis llamarme por mi nombre. Hemos sido injustas con vos, desde nuestro encuentro no hemos tenido oportunidad de darte alguna explicación. La verdad es que tu amada y yo nos conocimos hace tiempo, en la orilla del mar de oriente. Es de tu conocimiento que ella es una hechicera de la Luna, y he sido yo misma quien la ha iniciado en tales artes mágicos y milenarios. Y realmente ha dado honor a ese juramento. -Hizo una pausa, y dirigiéndose a ambos continuo- Ahora he venido a pedirles un favor a ambos, implica gran responsabilidad, y sacrificio, pero no hay alguien más adecuado, si esa es la palabra, para cumplir dicho destino.
- Habla Cielo, sabes que cualquier cosa que me pidas, la realizaré, aunque tenga que arriesgar mi propia vida en ello...- Pero un gesto de la Dama la detuvo.
-No adelantéis tu palabra Nojami. No antes de escucharme con atención, este destino que debo cumplir no es sencillo de entender, y menos para quien debe llevarlo a cabo.- La hechicera y el guerrero la miraban expectantes, en sus mentes no podían imaginar qué era aquello que tanto costaba decir.- Como te decía, estoy débil, no sé si podré resistir mucho más sola... Lo he consultado con las líneas del destino, y aún así no me he convencido. Recurrí a todo consejo sabio que encontré, y Destino me ha dicho finalmente que sólo hay un camino que seguir. Es hora que una nueva guerrera entre en acción. Una hija de la Luna y el Fuego. Pero yo no podré ser la madre de dicha criatura, ya que las cartas han dispuesto que esta vez, la guardiana de la Luna debe ser un ser mortal, inmortalizado por la Luz de la Luna llena. Nojami, he venido a pedir que vosotros dos seáis los padre de la futura Guardiana y guerrera de la Luna.

14.9.07

Capitulo I (Parte 3)

Los árboles susurraban al paso rápido de los caballos. Tres viajeros y una bebe pasaban velozmente sobre el camino de hojas muertas. Sólo el sonido de sus respiraciones agitaba la quietud del bosque, y el movimiento de sus capas denotaba la existencia de cuatro seres escapando a la muerte injusta. La luna intentaba en vano atravesar la espesura de las nubes puestas sobre la tierra por el poder oscuro.
Dos hombres, una mujer, y la niña. Nadie recordaría jamás sus pasos por ese sendero, nadie lograría entender la prisa sin saber el motivo de su huida. Esteban les dio la orden y se detuvieron, los caballos necesitaban un momento para descansar o no lograrían resistir el resto del viaje. Se ocultaron detrás de los primeros árboles y Nojami, la mujer, conjuró al viento para que borrara las huellas dejadas, y desvaneciera sus aromas del aire que volvía hacia su casa, dejada atrás ya por varios kilómetros. El viento le respondió sus plegarias con una brisa, sonriéndole. Su esposo se acercó a ella y le indicó que fuera hacia donde Esteban organizaba el humilde equipaje que habían logrado reunir al salir. Nomi lo miró a los ojos, tantos años fueron felices, habitando donde los llevara el destino, buscando aventuras, amándose. Habían realizado su sueño, tener una hija, un ser fruto de ese amor eterno que se profesaban el uno al otro. Sin embargo, no todo sucedió como esperaban. Ismael miró los ojos de su mujer y en ellos admiró las ventanas del pasado, observó aquella tarde en que el destino les pidió la vuelta del favor: Una mujer, alta, con un aura blanquiceleste los detuvo en medio del atardecer. Él se había asustado -recordaba- mientras que su esposa, aquella joven hechicera se había mantenido calma. Se dejó llevar por sus recuerdos y se vio a si mismo parado en medio del prado, aferrando la mano de su mujer y llevándola detrás de sí para protegerla. La figura fue apagando su resplandor y dejo ver su hermosa y cálida forma, una bella mujer, alta e imponente, mas no atemorizante. Se acercó aún más. Entonces Nojami salió detrás de su guerrero protector y caminó hacia ella. A menos de un metro de distancia, Ismael las observaba. Ambas mujeres tenían sus ojos fijos en los de la otra, como si hablaran sin pronunciar palabras, como si su entendimiento estuviera más allá de cualquier comprensión mortal.
-No pensé que volvería a verte algún día...- Dijo Nojami, mirándola, examinándola como si buscara algo que le indicara que aquello no era más que una farsa, un engaño dulce a los ojos debido a algún hechizo poderoso.
-Y yo esperaba jamás hacerlo.- Además de lo majestuoso de su imagen, su voz era profunda como el océano, y melodiosa como la de las Musas. Su Ser era superior a todo lo conocido por el guerrero, que todavía las miraba desde una distancia lo suficientemente apartada como para no interrumpir aquel encuentro intimo entre las damas, pero lo necesariamente corta para saber que pasaba y actuar en caso necesario, nada le haría daño alguno a su amada sin que él lo impidiera.
-Cielo... Tantas noches he pensado en ti, he buscado respuesta en las estrellas pero no han querido revelarme el futuro ni darme señal de tu paradero. Destino ha sido aséptica conmigo y...- su voz fue interrumpida por el gesto de la Dama.
-Has olvidado algo importante mi amada Nomi, Destino jamás te dirá lo que vos aún no debéis saber. Ahora, deja los reproches para un momento más calmo, detén el latir ligero de tu corazón y haz que tu esposo se acerque, así podremos ir a algún sitio seguro y hablar.- La hechicera se acercó a su esposo, y le presentó a Cielo. La Dama le sonrió haciéndole sentir en paz, y los tres se alejaron en el crepúsculo hacia el Este.
Su mujer le acarició la mano, devolviéndolo a la realidad, y compredió donde anduvieron vagando sus pensamientos, lo conocía, y por eso lo amaba, esa noche más que nunca lo amaba, y sabía que lo amaría toda la eternidad.