el Viento y el Dragón


El dragón se elevó imponente sobre las nubes. Se detuvo un instante y lanzó un gruñido que estremeció las montañas kilómetros a sus pies. Ese alarido atrajo a la Dama del Viento: “¿por qué gritas de esa manera?”, le preguntó, a lo cual el Dragón blanco respondió: “Porque soy el Dragón más poderoso, dueño de los cielos... Y nadie puede impedirme que haga lo que se me plazca”. Y así nuevamente lanzó por sus fauces un fuerte sonido desafiando a la bella Dama. Ella, entre la lástima y la compasión que le inspiraba aquella criatura, tomó una decisión, le dijo: “Lamento hacerte esto, pero he de darte una lección” y detuvo la brisa que sostenía al inmenso Dragón, que cayó velozmente a la tierra, batiendo sus alas furiosamente sin que éstas le sirvieran de nada... El viento le había dado la espalda.

el Viento y el Dragón

27.1.08

Capitulo II (Parte 6)

Un ser de baja estatura, recuerdo de los enanos, se arrodillaba frente al trono del Demonio. Su mirada, clavada en el suelo, no dejaba de vigilar su entorno. Denotabase su cansancio tras un largo viaje. Su amo lo observaba desde lo alto de los tres escalones, fijo, inquisidor. -¿Qué noticias me habéis traído, Gazphar? He de suponer que no habréis cometido el error de volver sin nada importante que decirme.- El demonio miraba fijo a su sirviente. Lo había obligado a viajar miles de millas a través del espacio hasta el sexto planeta, por los medios antiguos, dado que los portales abiertos en Saturno estaban por demás vigilados. Si tuviera todo su poder... Pero no podía, no hasta terminar con la amenaza que representaba esa insulsa vida. -No escucho tu respuesta.- El enano aún miraba el suelo. Sus sentidos eran finos como el de una fiera en peligro. Había conseguido llegar a Saturno. Había visto el doble florecimiento de las Lunas. Y allí,
-Mi señor, amo de todas las Tierras... He cumplido la misión que me encomendaste. Tuve que atravesar varios pasos entre mundos, hasta llegar a uno olvidado que me permitiera observar el desdichado evento. Con cautela me he movido, y estoy seguro que nadie ha notado mi presencia. Estarán confiados en que son intocables en el planeta. Han llevado a cabo el rito. Tal como usted, amo, adivinó... Durante las Dos Lunas de Saturno.- El Demonio lo miraba complacido. Sus sospechas estaban ahora confirmadas: una nueva guerrera había nacido. Esa especie vulgar, según él, que cientos de años atrás habían logrado exterminar; nuevamente a la vida. Sin embargo, dentro del mismo Demonio algo, quizás el miedo del cual inevitablemente no estaba absuelto, le hacía admitir que esa pequeña niña... «Sabía que era una niña, siempre lo habían sido. Una generación tras otra de guerreras. Una a la vez, y de su vientre nacía la sucesora. Una línea sanguínea que marcaba un destino a la primogénita ineludible. Una idea romántica que lo hacía reír y odiar. Las habían exterminado. La última había muerto. Pero... A pesar de todo, aquí había renacido en una niña el mismo karma, el mismo cosmos único que representaba a las Kahinas. ¿¡Cómo era posible!? Sólo la sangre como sangre misma podía hacer que un ser siguiera, se condenara a ese destino. Cielo, ella era la única respuesta. Esa infiel artimaña que lo había condenado al exilio. Ese ser despreciable era la llave». La mirada del enano se posaba ahora en la expresión del Demonio. Sus ojos astutos captaban la tensión en el interior de su amo. Un dejo de sonrisa se estaba asomando a sus labios, cuando comenzó a revolverse por el piso del dolor. -¿Acaso pensabas que podrías ver mi mente y que yo no os diera cuenta? Ja.! Pobre iluso que eres. Te perdonaré la vida únicamente porque me eres útil aun. Has cumplido con tu misión. Y ahora he de encomendarte otra: Iréis al monte Atlas, y me traeréis el libro rojo. Debemos juntar Los Nueve.
-Sí, mi amo.- El sirviente se retiró tras hacerle una reverencia al Demonio. Bajó por el pasillo y se dirigió a la habitación donde dejara su capa de viaje. Recogió un mapa, cargó su bota con agua. Su cabeza era un hervidero. El monte Atlas, en lo lejano del oeste. Necesitaría magia para volver, no sería seguro andar con el Libro así nomas. Revolvió los cajones, los armarios, buscando. El cetro del mendigo era la solución. Aquel palo miserable que servía de bastón, nadie imaginaría que en realidad, y gracias a los poderes del Demonio, se podían abrir grandes portales con él. Finalmente se dirigió al cofre. Era lo único que faltaba revisar, y como recompensa a su empecinada búsqueda, encontró el objeto de deseo. Se acomodó la capa y en silencio abandonó el castillo; sin que nadie lo viera desapareció en el bosque.

17.1.08

Capitulo II (Parte 5)

«Las antiguas lenguas cuentan que cada planeta rige uno los poderes de todo el universo, y dentro del Sistema solar nos encontramos con los cuatro elementos: Agua, Fuego, Viento y Tierra. Mercurio gobierna las corrientes, Marte da su poder a las llamas, la Tierra rige su propio elemento, y Saturno con sus anillos domina desde la más leve brisa a los tornados... De todos, tu hija ha nacido bajo la protección de este último » Así se lo explicaba Luna al guerrero mientras almorzaban. Esteban cambiaba impresiones sobre estrategias de batalla con Artemis, y Nojami alimentaba a su hija con paciencia, ya que ésta se negaba a tomar nada.
-¿Dónde ha ido Cielo?- Preguntó Esteban, al darse cuenta de no haberla visto desde el día anterior. Algo lo inquietaba, y no lograba reponerse de la impresión de volver a ver a Hemer. Hacía varios años que presentía que el momento se acercaba, mas nunca estaba realmente preparado. Muchos años compartieron su vida juntos, luchando codo a codo, viviendo alegrías y tristezas. Todo hasta... hasta...
-¡Esteban! Ya basta... -Artemis interrumpió sus pensamientos adivinando cuales eran. Bajando el tono, continuó- Cielo tuvo que ir al planeta por algún motivo que me es desconocido. Pero no tardará en regresar.- El tigre dirigió su mirada a Luna, transmitiéndole su inquietud, no era normal desde su punto de vista que Esteban se torturara con ese tipo de pensamientos. Sabían, ambos, que si el enemigo se percataba de su debilidad, podría ser peligroso para todos. Por más que no podrían alcanzarlos allí, los felinos tenían perfecta consciencia de que pronto debían regresar a los campos de batalla, una vez que hayan sellado el destino de las niña, ella debía regresar a la Tierra, a su Luna. Y a la edad adecuada, comenzar su entrenamiento. Harían falta varios años, pero por eso mismo no debían perder un solo instante. De todos en la sala, únicamente los felinos y Nojami sabían lo que les aguardaba ese atardecer, momento en el que dos de las principales lunas de Saturno se volvían llenas. Un hermoso espectáculo que se apreciaba desde el planeta, momento de curación y perdón según la fe Kedhar, los nativos de Saturno.

Pasada la tarde, los guerreros fueron conducidos por Artemis a Dione, la tercera luna más grande del planeta. Cielo les había encargado que aguardaran allí al día siguiente sin darles más explicaciones a los dos hombres. En ese instante, la Dama los veía desaparecer por el portal. Con sigilo Luna se acercó a ella -Está todo preparado, mi señora. Debemos partir si queremos llegar al cuarto templo antes del anochecer.-
-No te preocupes Luna, estamos con el tiempo justo. Nojami debe de estar cubriendo a la pequeña para que no sufra del frío de la noche. Habéis traído lo que te pedí, ¿verdad?- Cielo miró a su fiel felino a los ojos, dándose cuenta que ésta había cumplido, y guardaba celosamente el agua sagrada de la fuente, y las sales de la Luna terrestre. -Mira, allí está Mimas, esperando...- concluyó mirando un pequeño círculo blanco en el firmamento. Instantes después se unía a ellas Nojami, con Jakiru en brazos. La niña se había rehusado a dominarse por el sueño, como prediciendo lo que ocurriría esa noche. El felino miró a la Dama, y abrió un portal -Será mejor que usemos este método o nunca llegaremos al Templo Naoru.- Las cuatro femes atravesaron la puerta de Luz, y se encontraron frente a un edificio antiguo, en medio de un valle, coronado por los colores violetas del atardecer. La hechicera miró la escena conmovida. Aquel era el momento. Cielo susurró unas palabras, y la gran puerta de hierro se abrió. La energía del interior se sentía plenamente. Era de una única sala. Oval. Un altar se elevaba casi al final de la estancia, rodeado de cuatro triángulos, que se unían por sus puntas. En el centro del Templo, una enorme fuente daba apenas un hilo de agua.
-Dame las sales, Luna.- El felino obedeció, entregándole una pequeña bolsa con polvos plateados.- Comenzaremos Nojami... Esto es sales de la Luna terrestre, dónde nació tu hija. Dame a la pequeña, y luego toma un poco de esto y échalo en la fuente.- La hechicera siguió la orden, besando a su hija previamente. Cuando su mano soltó el polvo grisáceo sobre el pequeño charco de agua dentro la fuente, una luz surgió de ésta, iluminando y renovando toda la sala. El agua comenzó a fluir vivamente de la vasija que formaba la fuente.- Rápido Nojami, dirígete al altar. La sala pronto habrá de llenarse de agua.- La apremió la Dama, que con Jakiru y Luna ya se encontraban el una de las puntas del triángulo. Subieron los pocos escalones, y presenciaron la escena. La fuente comenzaba a desbordar, llenando el piso con agua. En lo alto, una cúpula circular dejaba entrar la luz de las Lunas y las estrellas. Inmediatamente pudieron ubicar a Mimas, brillando con el reflejo del Sol lejano. La noche ya estaba sobre ellas.
Desde el planeta, y Dione, el espectáculo era conmovedor, ambas lunas brillando juntas. Artemis y los guerreros miraban expectantes. En un momento les pareció ver un pequeño brillo en Encélado.
Nojami descubrió que con el agua, diferentes símbolos comenzaban a dibujarse en el piso, y en el centro del altar donde se encontraban, la mesa de piedra comenzaba a mostrar caracteres antiguos, conjuros, de color dorado. -Ahora, Nomi, Luna, concéntrense.- la cara de Cielo era seria, y su energía manaba fuertemente de su ser. Era el momento, Mimas brillaba en el cielo, desde Saturno se veía como Encélado tomaba su posición casi sobre ella. Era el momento, la luz entraba por las ventanas del techo, los símbolos brillaban en el suelo, y mientras Jakiru reposaba con los ojos abiertos mirando a su madre, las finas líneas doradas conjugaban en el centro de la mesa, bajo la niña. Comenzó a llorar al sentir el calor bajo su pequeño cuerpo. Eran líneas de fuego, pero no la dañaban, sólo se percibía el calor en la piel, pero el fuego no quemaba a la niña que continuaba llorando, sin moverse. Nojami levantó una vasija de plata llenándola con el agua del pequeño lago artificial que se había formado alrededor de ellas. Cielo tomó una daga de su cinto -Ahora, debéis ponerse cada una en una en su lugar.- Y recordando su entrenamiento, la hechicera se paró de manera que ella, la Dama y Luna formaran un triángulo, dejando a la bebé en el centro. Cerraron sus ojos, y esperaron. Cielo comenzó a emitir un conjuro en un idioma olvidado: «Izdil Inov... Naved Odien, san Destine gak ji gak-le Numo Lunar... In san reme quia, kia destined saniu dian ven Kahinas. Jin Naved nao le. Jin Numo nia guienic, san line aziled ven mage geo odien in teodi. Kia destined nao niam Bakenti in Mushain Lunar...» Cuando Nojami abrió los ojos al escuchar las últimas palabras, los lamentos de su hija habían cesado y de la palma de Cielo, un fino hilo de sangre caía sobre el cuerpo de la pequeña e iba desapareciendo a medida que tomaba contacto con su piel, fundiéndose en ella. Mimas centelló en el cielo, y desde la otra luna, Esteban e Ismael vieron como Encélado hacía lo mismo; preocupados se levantaron de repente, mas Artemis les ordenó que se abstuviesen ya que no podían hacer nada. De la niña una luz emanaba con intensidad, su propia energía se elevaba, fuerte y constante, mucho más grande de lo que su madre había imaginado. Amarilla, el viento, llenaba la sala. Sin embargo, de a poco, los otros colores se fueron mezclándose hasta formar una luz blanca, conjunción de todos los colores, y negra. La Dama cerró su mano, y la sangre dejó de fluir. La energía volvió a la pequeña y las líneas de fuego se cerraron sobre ella, envolviéndola. Cielo hizo una señal a Nomi, y ésta recogió una el agua que Luna había recogido. Y lentamente la vertió sobre su hija, y a medida que le mojaba el cuerpo, el fuego tomaba luminosidad, hasta que finalmente comenzó a retroceder, integrándose a la piedra, y retirándose del altar hacia el lago. Mimas comenzó a desplazarse del centro de la cúpula, mientras que el agua volvía a la fuente. Nojami aún observaba a su hija, que estaba en medio de la mesa, mirando a su alrededor, el destino había dejado una marca en medio de sus cejas, la base de una luna, y sobre ella, el símbolo perdido de las kahinas: |7.
Cielo levantó a Jakiru del lecho -Aquí tenéis a tu hija, mi pequeña. Ahora ella es una con su destino, finalmente...- la hechicera la miró y le sonrió, su hija parecía tranquila ahora que todo había terminado, y se refugió en el pecho de su madre. Las cuatro salieron del templo, y miraron al cielo. Mimas las vigilaba desde el firmamento.
-Finalmente... -repitió Nojami, mirando al cielo.- Las Kahinas han regresado...