el Viento y el Dragón


El dragón se elevó imponente sobre las nubes. Se detuvo un instante y lanzó un gruñido que estremeció las montañas kilómetros a sus pies. Ese alarido atrajo a la Dama del Viento: “¿por qué gritas de esa manera?”, le preguntó, a lo cual el Dragón blanco respondió: “Porque soy el Dragón más poderoso, dueño de los cielos... Y nadie puede impedirme que haga lo que se me plazca”. Y así nuevamente lanzó por sus fauces un fuerte sonido desafiando a la bella Dama. Ella, entre la lástima y la compasión que le inspiraba aquella criatura, tomó una decisión, le dijo: “Lamento hacerte esto, pero he de darte una lección” y detuvo la brisa que sostenía al inmenso Dragón, que cayó velozmente a la tierra, batiendo sus alas furiosamente sin que éstas le sirvieran de nada... El viento le había dado la espalda.

el Viento y el Dragón

23.10.07

Capitulo I (Parte 6)

El líder de la manada se detuvo olfateando el aire. Cerca... Muy cerca. Las huellas eran invisibles, pero sabía que habían pasado por allí no mucho antes que ellos. Miró las estrellas. Tres horas, cuatro a lo sumo. Las hierbas aparecían masticadas. Dos... Tres caballos. Debía apurarse, sino la presa se les escaparía. Miró a su amo, el espectral guerrero humano montado sobre su corcel. Su cara oculta tras la capa, aún así el cazador sentía la mirada del amo, atravesando el aire espeso de humedad -¡Sigan! Esta vez no ha de escaparse. No pueden dejar que escapen a la caverna. ¿Entienden?- Su voz era severa y decisiva. Los cazadores respondieron con un movimiento de la cabeza, y comenzaron a correr, cual manada de lobos hambrientos que ven a su única comida en el invierno escaparseles por las garras. Hombres. O al menos eso parecían. Una raza de hombres peligrosos y feroces, que no conocían la piedad o el perdón más que para los miembros de su manada. Sin embargo, el ser parte no era tampoco una real seguridad de no ser atacado por la espalda. La naturaleza del cazador era buscar su propio bienestar, que por lo regular estaba ligado al bienestar de la manada. Mas si no era así, por un instante aunque sea, no dudaría en dar la espalda y correr tras su propio bien. Astutos, con sentidos altamente sutiles a todos los estímulos, dientes filosos y manos fuertes. Hombres, o al menos eso parecían.
El guerrero oscuro, Hemer, agitó las riendas de su caballo y comenzó a perseguir a los cazadores. Él también sentía el débil rastro de energía que habían dejado los perseguidos. No eran tres, sino cuatro los que huían: dos hombres, guerreros. Una mujer hechicera, muy poderosa. Y una niña, una pequeña niña. Esa criatura de casi un año era el verdadero motivo de la persecución. Ella debía ser la presa, morir. Sentía las tres energías flotando en el aire. La de la niña era casi imperceptible, pero existía.
El corazón de Hemer latía con rapidez, no sólo por la adrenalina que corría por las venas al ver la culminación de su misión, sentía en el aire un aroma que le era conocido. Un hombre joven. Fuerte y audaz. Lo reconocía, había cambiado un poco, era verdad, pero era la misma energía pura: Esteban. El joven guerrero que había sido como su hermano, aquel que Mefisto le había dicho que era traicionero. No. Era verdad, Esteban efectivamente lo había traicionado. Él lo sabía, Esteban prefirió servir a una Dama antes que permanecer con su amigo, su hermano. Prefirió la fama y la gloria antes que su familia. Mefisto tenía razón, ese guerrero no era más que un vil traicionero y mentiroso. Él, Hemer, debía haber servido a la Dama. Él era el más poderoso de ambos. La furia le atravesó la mirada, los cazadores aumentaron la velocidad. Sentían calor, el calor de sus presas que quedaban a cada instante más cerca de ellos. Correr, debían correr.

Esteban miró atrás. Allí los sentía también, cazadores. Estaban apresurándose, seguramente habían sentido sus presencias. No tenían tiempo que perder -Ismael, Nomi. Apresurense. Allí vienen, debemos llegar antes del amanecer a la caverna. No estamos lejos, pero no deben alcanzarnos. Rápido, y si algo sucede, no se detengan, corran. Huyan. Artemis nos espera, pero tiene ordenes a cumplir. La niña debe llegar sana y salva a Cielo, debe hacerlo.- La voz de Esteban era decidida. Nomi miró las estrellas
-Viento, dale tus alas a estos corceles. Danos velocidad.- La magia brotaba de la mano de la hechicera. Su energía se fundía con el aire. Amarillo, Viento. -Corred caballos, demostrarles a los cazadores que no hay como los corceles de la Luna.- Junto con el relincho de los tres caballos, comenzaron a ganar velocidad. Esteban sonrió a Nojami. Lo lograrían, tenía fe en ello.

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