el Viento y el Dragón


El dragón se elevó imponente sobre las nubes. Se detuvo un instante y lanzó un gruñido que estremeció las montañas kilómetros a sus pies. Ese alarido atrajo a la Dama del Viento: “¿por qué gritas de esa manera?”, le preguntó, a lo cual el Dragón blanco respondió: “Porque soy el Dragón más poderoso, dueño de los cielos... Y nadie puede impedirme que haga lo que se me plazca”. Y así nuevamente lanzó por sus fauces un fuerte sonido desafiando a la bella Dama. Ella, entre la lástima y la compasión que le inspiraba aquella criatura, tomó una decisión, le dijo: “Lamento hacerte esto, pero he de darte una lección” y detuvo la brisa que sostenía al inmenso Dragón, que cayó velozmente a la tierra, batiendo sus alas furiosamente sin que éstas le sirvieran de nada... El viento le había dado la espalda.

el Viento y el Dragón

7.1.07

Leyenda del trueno

Cuenta la leyenda que hace miles de años existía un Gran Dragón gris, que habitaba en lo alto de una montaña conocida en toda la región.
Se decía que en esa montaña, antaño fue enterrado un tesoro por los elfos y demás seres del bosque cuando los hombres de Occidente llegaron a conquistar esas tierras. Muchos secretos de la naturaleza del valle fueron dormidos en el interior de la montaña junto con el misterioso tesoro. Al principio el rumor se corrió entre los nuevos habitantes que intentaron en vano ascender la cuesta rocosa. Con el paso de los años, el rumor se convirtió en historia, y la historia en leyenda. Así fue como con el tiempo cientos, y quizás miles, de hombres de diferentes oficios: ladrones, artesanos, guerreros, nobles, clérigos e incluso niños intentaron escalar la montaña en busca de la cueva donde supuestamente estaba oculto el Tesoro.
Nadie logró llegar a la cima, el viento y la nieve que protegían la cumbre lograban frenar las nefastas expediciones. Pero cuando el secreto de la montaña obsesionó a todos aquellos amantes del poder, y la astucia del hombre creció, el espíritu del bosque utilizó su último recurso. Un gran dragón llegó volando sobre las casas de los aldeanos y se dirigió a lo alto de la montaña. Allí, en una cueva oscura que llevaba a las entrañas de la montaña, donde el Tesoro permanecía dormido, se instaló el Dragón, el cual era llamado Tron.

Aun así la avaricia pudo más que la razón y varios guerreros murieron en las garras del dragón. Los hombres poderosos mandaron incluso legiones de hombres para recuperar ese tesoro ahora custodiado celosamente por el dragón, sin embargo algunos regresaban para contar las terribles aventuras por las que habían sido enviados a lo alto de la Montaña. Una tarde, cuando un grupo de guerreros y ladrones llegaron a la cima (luego de días acampando en la montaña, y vigilando que el dragón no notase sus presencias) no vieron a Tron, y pensaron que estaría de cacería. La sorpresa que tuvieron al intentar entrar a la cueva y un terrible fuego les quemara la cara, es indescriptible. Ese fue el punto máximo de la paciencia del dragón. Esa noche bajó de lo alto volando a toda velocidad, y quemó los campos como una advertencia.

Los aldeanos decidieron que lo mejor sería no molestar al dragón, ya que realmente era peligroso para ellos que habitan tan cerca de él. Colocaron torres de vigilancia en el sendero que conducía al único camino que ascendía a las altas cuevas. Prohibieron que cualquier forastero subiera por más excusa que trajera, el valle era de ellos, allí vivían y creían necesario protegerlo de cualquier catástrofe, como lo sería desatar nuevamente la furia de Tron.

Tres años después, desde lejos llegó un joven caballero. Los habitantes del valle intuyeron que no era buen augurio, e intentaron averiguar el motivo por el cual aquel hombre llegó a sus tierras. El guerrero negaba que su destino estuviera relacionado con el Gran Guardián de la montaña, y decía que únicamente buscaba un lugar tranquilo donde pasar una pequeña temporada antes de seguir su rumbo al oeste. Luego de unos meses, los aldeanos le tomaron confianza, y comenzaron a tratarlo como si siempre hubiera habitado allí. El joven se interesaba por las leyendas e historias de los vecinos que trataban en su totalidad sobre la montaña y el secreto de la naturaleza. Así fue como poco a poco el caballero se enteró de todas y cada una de las aventuras de sus predecesores colegas. Finalmente, una tarde tomó la decisión de ascender. No se lo comunicó a nadie, y dijo que iría al pueblo del norte en busca de un viejo amigo al que quería visitar. Nadie dudó, él era un aldeano más. Gran jinete, se las arregló para encontrar un seudo-camino por las rocas hacia el sendero ya desgastado por el tiempo que subía a la cueva de Tron.

Pasaron cinco días para que pudiera por fin ver la puerta de la cueva. Los últimos metros los hizo fuera del camino, utilizando las rocas como escondite. Intuía que el dragón no ignoraba su presencia, y pensó mejor estar prevenido. Desvainó su espada y cuidó que la hoja no reflejara el Sol hacia el lado de la cueva. Esperó el atardecer antes de enfrentar al Dragón; cuando el Sol estaba detrás de la montaña avanzó al frente de la puerta de la guarida y retó a Tron a salir. El dragón escuchó sus palabras con incredulidad, una trampa podría estar esperándole, aunque realmente no tenía miedo. Pero nunca lo habían retado, ningún humano se había atrevido a hacerlo, los miserables que habían terminado en sus fauces eran sabandijas que trataban de escurrirse y matarlo dormido para llegar al corazón de la montaña. Algo le decía que debía ser prevenido, era un guardián y no podía darse el gusto de poner en riesgo su custodia por alguna altanería, mas tampoco podía simplemente quedarse allí dentro, habían códigos que respetar. Desde el interior de su morada vio al guerrero parado frente a la cueva con su espada en su mano derecha. Olfateo el aire, estaba limpio de cualquier otro hedor humano. Salió. Cuando Tron mostró por qué atemorizaba a todo aquel que fuera a perturbarlo, el caballero sintió una mezcla de admiración y terror. Debía matarlo, no sólo por el tesoro que despertaba su interés, sino para que de una vez por todas dejara libre a la gente del valle de todos sus temores. Así fue como levantó en alto su espada y se dirigió al dragón de manera amenazadora y retó a pelear por el dominio de la montaña. El Dragón lo miró anonadado, es muy posible que se riera internamente. Abrió su gran boca y el fuego salió disparado al cielo con furia. Comenzó a llover. El caballero atacó primero y se internaron en una batalla que duró al menos una hora. Ambos adversarios estaban exhaustos, el caballero aprovechó un descuido del dragón y le clavó el largo de su espada en el centro del tórax. Tron dejó oír un gran alarido. Cayó al suelo y con sus últimas fuerzas arrojó fuego a la cara del guerrero que había bajado la guardia, y luego lo estrelló contra una enorme roca. Los rayos partían la tierra con la misma furia del dragón, sentía como su vida se iba poco a poco. Lo había herido de muerte y no podría seguir custodiando el Tesoro de la montaña. Miró al cielo por última vez antes de que su cabeza se desplomara al suelo inconsciente. Un rayo intenso chocó contra la cima de la montaña, y ésta comenzó a derrumbarse, enterrando al dragón y al tesoro para siempre.


Los aldeanos cuentan que todas las noches de tormenta, escuchan al dragón gritando en la montaña, advirtiéndoles que él seguía allí custodiando su tesoro.

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